jueves, 30 de agosto de 2012

El grupo Clarín y el gobierno argentino, reconciliados por Monsanto




Palabras de la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, a los empresarios estadounidenses en el Council de las Américas (Nueva York, 15/06/2012)

Hace pocos días el Gobierno argentino aprobó la inscripción y comercialización de la nueva soja transgénica de Monsanto, la "Intacta RR2 PRO". La multinacional espera que este OGM supere largamente el fenómeno de la soja RR en los ’90. La nueva tecnología, creada sólo para Sudamérica, está asociada al gen Bt (Bacillus Thuringiensis), que le otorga resistencia a lepidópteros como la oruga de la soja, la oruga falsa medidora y la broca de dos axilas. Además, prepara a la planta para resistir al agrotóxico Roundup Ready 2 (glifosato potenciado).

Esta aprobación formal del ministerio de negocios agrícolas argentino confirma y legaliza la transacción efectuada por Cristina Kirchner cuando se reunió en EEUU con los directivos de Monsanto y realizó las tristes afirmaciones que podemos escuchar en el video. En esa ocasión también dijo que su gobierno "ahora está a favor de las patentes", y aquí entramos en la segunda parte de la cuestión.

El Ministro de Agricultura también anunció un régimen de reconocimiento integral del pago de regalías o derechos por las patentes y la próxima modificación de la Ley de Semillas. Hasta la fecha, en la Argentina sólo el 25% de las semillas de soja es "certificada". El resto son las que los propios productores guardan después de la cosecha y que no pagan regalías, según la tradicional práctica campesina conocida como "bolsa blanca".

Monsanto había amenazado, en 2004, con retirarse del mercado argentino, si no se le pagaban las regalías reclamadas. Acompañó la queja con varias demandas al gobierno y a las entidades del campo, y con la restricción al ingreso de derivados de soja argentinos en puertos internacionales. Ahora, el gobierno argentino acaba de satisfacer en un solo acto todas las aspiraciones de la multinacional.

El grupo Clarín, que desde la primera hora fue uno de los principales lobbistas de los productos e intereses de Monsanto en el país, celebró casi con estupor esta decisión del "gobierno nacional y popular": "La foto del ministro de Agricultura, Norberto Yauhar, el secretario Lorenzo Basso, el subsecretario Oscar Solís, junto al presidente y vicepresidente de la multinacional, es sin duda muy fuerte. Ahora no sólo estuvo la foto. La acompañaron los discursos, en los que tanto Yauhar como Basso reivindicaron con vehemencia los derechos de propiedad de los obtentores."

Además, el gobierno asegura a Monsanto no sólo el cobro integral de regalías, sino que además se compromete a modificar la Ley de Semillas para limitar el “uso propio” y evitar “que la soja transgénica sea multiplicada y vendida en canales informales”. De todos modos -gente que se cura en salud- Monsanto ya inició una campaña de “acuerdos individuales” con productores para que paguen la regalía al comprar semilla certificada o sometan su producción a la prueba de detección de los genes modificados, al vender. Si el análisis da positivo, el acopiador cobrará a cuenta del semillero las regalías pendientes, a un costo más alto. Y ya firmó acuerdos con 8.500 empresarios del norte (casi el 60% del área sojera).

La economía sojera argentina (promovida y potenciada por todos los gobiernos en los últimos 15 años) evoluciona de esta manera hasta transformarse en una sucursal de las multinacionales de ese rubro, una mera factoría en el monopolio mundial de los alimentos controlado por algunos países y algunas compañías.

Los que alguna vez han sostenido argumentos basados en los dudosos beneficios que la sojización produjo en nuestros países, ahora deberán inventar nuevos slogans. Y todos deberemos repensar las bondades de las políticas de "inversión extranjera" que la Presidenta "nacional y popular" destaca en la última frase de su discurso.

Eso, sin contar la tierra devastada, los campesinos expulsados de sus tierras, los brutales desmontes, la pérdida de soberanía alimentaria, y sobre todo, la salud de los pueblos fumigados.

Relacionado: Republiquetas sojeras del sur: el caso paraguayo; Paraguay: Semillas, transnacionales y soberanía; Glufosinato, un nuevo veneno

viernes, 24 de agosto de 2012

Borges y la mesa de luz Cinzano

Anoche, revisando un cd archivado hace años, encontré un pdf con la transcripción de un reportaje a Jorge Luis Borges, aparentemente hecho por Antonio Carrizo. Mirando la Wikipedia vengo a enterarme de que, justo hoy, se cumplen 113 años del nacimiento de nuestro ilustre escritor. Así que más excusas no hacen falta para dedicarle unos párrafos...

Dice Francisco Umbral: "Borges nos fascina porque le resta toda utilidad a la cultura y la deja en juego, lo que realmente es. Se soportan las erudiciones de Borges porque no pretenden probarnos nada, sino resolverse en una sonrisa. Borges ha escrito en uno de los mejores castellanos del siglo, pero siempre en contra del castellano. Es una contradicción dandi que los opacos le rechazan. A uno le apasiona asistir a la lucha de Borges contra un tigre de palabras que pretende desbaratar, pero que le hechiza como todos los tigres. Su lirismo es tan intenso que hace pasar por narración lo que no son más que metáforas. Así cuando crea ciudades imaginarias: "Torres de sangre, tigres transparentes". No ha construido nada, sino dos hermosas metáforas, que yo prefiero, desde luego, a la épica de los constructores de ciudades y los constructores de novelas. Borges es un escéptico irónico y dicen que el escepticismo es de derechas. Pero lo contrario del escepticismo, el fanatismo, es fascista. Borges es un genio absoluto porque es capaz de quemar un concepto en una sonrisa. Esto cabrea mucho a los filósofos de escalafón, pero es lo que el escritor -Voltaire, Montaigne, Cocteau, D'Ors, Borges- tiene sobre los demás hombres: la caligrafía de la sonrisa".
 Borges, dialogando con Antonio Carrizo 

En aquella entrevista con -presuntamente- Antonio Carrrizo, Borges recuerda unos versos que le escuchó a Lugones y que éste atribuia a Pascual Contursi:

"Acordáte de la cruz / que te regaló tu hermano / y del huevo de avestruz / sobre la mesa de luz / en el cajón de Cinzano".

Según Borges, Lugones decía que, en esos versos, "Contursi es Dante". Según Borges, los versos no eran del inventor del tango canción, sino del propio Lugones, que se citaba a sí mismo en tono de broma. Yo recuerdo desde chico unos versos muy parecidos que me enseñara un vecino tanguero, quien me dijo que eran de Carlos de la Púa:
     
"Te acordás de aquella cruz
que nos regaló tu hermano,
y aquella mesa de luz 
que era un cajón de Cinzano.  
Te acordás de la arpillera
tendida ante la catrera
como si fuera una alfombra.
Pensar que desde hace rato
vos fuiste para este ñato
como el sol para la ropa.
Pero, qué hacemos con el retrato,
si la mina está en Europa..."


En el mismo reportaje, Borges se refiere a su conocida aversión por el tango con una anécdota que ilustra esa "contradicción dandi que los opacos le rechazan":

"...yo estaba en el año sesenta y uno en Austin, Texas, un territorio que yo quiero mucho, y había un señor paraguayo y me hizo oír unos tangos, se llamaban A media luz, La cumparsita, no recuerdo los otros, y pensé, qué horror, voy a tener que simular que me gustan y a mí me parecen una vergüenza. Luego me di cuenta de que estaba llorando, es decir, que mi cuerpo lo sentía de otro modo".

Después habla del que "cada día canta mejor":

"Eso quiere decir que sigue cantando en la memoria de los hombres. Si cada día canta mejor, sigue cantando después de su muerte corporal (...) eso es más que la gloria. Qué importa mi opinión personal sobre Gardel comparado con eso; además, tengo la impresión de que no ha podido ser reemplazado, los que cantan tangos ahora no lo hacen como él. Creo que todos pensamos eso".

Borges, el que "le resta toda utilidad a la cultura y la deja en juego, lo que realmente es".

lunes, 6 de agosto de 2012

"Se ha fijado en un objeto, se ha hecho cosa"



Mucho antes de su minuciosa relación de la circulación del capital y de sus leyes, el filósofo alemán explicó la enajenación del trabajador de su trabajo. Porqué "el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí". Y porqué la emancipación de los trabajadores, que ha de ser "obra de los trabajadores mismos", "entraña la emancipación humana general"...     

[El trabajo enajenado]

(…)

No nos coloquemos, como el economista cuando quiere explicar algo, en una imaginaria situación primitiva. Tal situación primitiva no explica nada, simplemente traslada la cuestión a una lejanía nebulosa y grisácea. Supone como hecho, como acontecimiento, lo que debería deducir, esto es, la relación necesaria entre dos cosas. Por ejemplo, entre división del trabajo e intercambio. Así es también como la teología explica el origen del mal por el pecado original, dando por supuesto, como hecho, como historia, aquello que debe explicar.

Nosotros partimos de un hecho económico, actual.

El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general.

Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto: el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es su objetivación. Esta realización del trabajo aparece en el estadio de la Economía Política como desrealización del trabajador, la objetivación como pérdida del objeto y servidumbre a él, la apropiación como extrañamiento, como enajenación.

Hasta tal punto aparece la realización del trabajo como desrealización del trabajador, que éste es desrealizado hasta llegar a la muerte por inanición. La objetivación aparece hasta tal punto como pérdida del objeto que el trabajador se ve privado de los objetos más necesarios no sólo para la vida, sino incluso para el trabajo. Es más, el trabajo mismo se convierte en un objeto del que el trabajador sólo puede apoderarse con el mayor esfuerzo y las más extraordinarias interrupciones. La apropiación del objeto aparece en tal medida como extrañamiento, que cuantos más objetos produce el trabajador, tantos menos alcanza a poseer y tanto mas sujeto queda a la dominación de su producto, es decir, del capital.

Todas estas consecuencias están determinadas por el hecho de que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño. Partiendo de este supuesto, es evidente que cuánto mas se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo extraño, objetivo que crea frente a sí y tanto mas pobres son él mismo y su mundo interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la religión. Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí mismo. El trabajador pone su vida en el objeto pero a partir de entonces ya no le pertenece a él, sino al objeto. Cuanto mayor es la actividad, tanto más carece de objetos el trabajador. Lo que es el producto de su trabajo, no lo es de él. Cuanto mayor es, pues, este producto, tanto más insignificante es el trabajador. La enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su trabajo se convierte en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe fuera de él, independiente, extraño, que se convierte en un poder independiente frente a él; que la vida que ha prestado al objeto se le enfrenta como cosa extraña y hostil.
(...)
Ciertamente el trabajo produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones para el trabajador. Produce palacios, pero para el trabajador chozas. Produce belleza, pero deformidades para el trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas, pero arroja una parte de los trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte en máquinas a la otra parte. Produce espíritu, pero origina estupidez y cretinismo para el trabajador.
(...)
Pero el extrañamiento no se muestra sólo en el resultado, sino en el acto de la producción, dentro de la actividad productiva misma. ¿Cómo podría el trabajador enfrentarse con el producto de su actividad como con algo extraño, si en el acto mismo de la producción no se hiciese ya ajeno a sí mismo? El producto no es más que el resumen de la actividad, de la producción. Por tanto, si el producto del trabajo es la enajenación, la producción misma ha de ser la enajenación activa, la enajenación de la actividad; la actividad de la enajenación. En el extrañamiento del producto del trabajo no hace más que resumirse el extrañamiento, la enajenación en la actividad del trabajo mismo.

¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo?

Primeramente en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad, sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a sí mismo, sino a otro. Así como en la religión la actividad propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo independientemente de él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así también la actividad del trabajador no es su propia actividad. Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo.

De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal. Comer, beber y engendrar, etc., son realmente también auténticas funciones humanas. Pero en la abstracción que las separa del ámbito restante de la actividad humana y las convierte en un único y último, son animales.
(...)
El animal es inmediatamente uno con su actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente. No es una determinación con la que el hombre se funda inmediatamente. La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la actividad vital animal. Justamente, y sólo por ello, es él un ser genérico. O, dicho de otra forma, sólo es ser consciente, es decir, sólo es su propia vida objeto para él, porque es un ser genérico. Sólo por ello es su actividad libre. El trabajo enajenado invierte la relación, de manera que el hombre, precisamente por ser un ser consciente hace de su actividad vital, de su esencia, un simple medio para su existencia.

La producción práctica de un mundo objetivo, la elaboración de la naturaleza inorgánica, es la afirmación del hombre como un ser genérico consciente, es decir, la afirmación de un ser que se relaciona con el género como con su propia esencia o que se relaciona consigo mismo como ser genérico. Es cierto que también el animal produce. Se construye un nido, viviendas, como las abejas, los castores, las hormigas, etc. Pero produce únicamente lo que necesita inmediatamente para sí o para su prole; produce unilateralmente, mientras que el hombre produce universalmente; produce únicamente por mandato de la necesidad física inmediata, mientras que el hombre produce incluso libre de la necesidad física y sólo produce realmente liberado de ella; el animal se produce sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce la naturaleza entera; el producto del animal pertenece inmediatamente a su cuerpo físico, mientras que el hombre se enfrenta libremente a su producto. El animal forma únicamente según la necesidad y la medida de la especie a la que pertenece, mientras que el hombre sabe producir según la medida de cualquier especie y sabe siempre imponer al objeto la medida que le es inherente; por ello el hombre crea también según las leyes de la belleza.

Por eso precisamente es sólo en la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y realmente, y se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. Por esto el trabajo enajenado, al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica, su real objetividad genérica y transforma su ventaja respecto del animal en desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza. Del mismo modo, al degradar la actividad propia, la actividad libre, a la condición de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre en medio para su existencia física.
(...) 
Una consecuencia inmediata del hecho de estar enajenado el hombre del producto de su trabajo, de su actividad vital, de su ser genérico, es la enajenación del hombre respecto del hombre. Si el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro. Lo que es válido respecto de la relación del hombre con su trabajo, con el producto de su trabajo y consigo mismo, vale también para la relación del hombre con el otro y con trabajo y el producto del trabajo del otro.
(...) 
En la relación del trabajo enajenado, cada hombre considera, pues, a los demás según la medida y la relación en la que él se encuentra consigo mismo en cuanto trabajador.
(...)
Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta como un poder extraño, entonces ¿a quién pertenece? Si mi propia actividad no me pertenece; si es una actividad ajena, forzada, ¿a quién pertenece entonces? A un ser otro que yo.

¿Quién es ese ser? ¿Los dioses? Cierto que en los primeros tiempos la producción principal, por ejemplo, la construcción de templos, etc., en Egipto, India, Méjico, aparece al servicio de los dioses, como también a los dioses pertenece el producto. Pero los dioses por sí solos no fueron nunca los dueños del trabajo. Aún menos de la naturaleza. Qué contradictorio sería que cuando más subyuga el hombre a la naturaleza mediante su trabajo, cuando más superfluos vienen a resultar los milagros de los dioses en razón de los milagros de la industria, tuviese que renunciar el hombre, por amor de estos poderes, a la alegría de la producción y al goce del producto.

El ser extraño al que pertenecen a trabajo y el producto del trabajo, a cuyo servicio está aquél y para cuyo placer sirve éste, solamente puede ser el hombre mismo. Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador, si es frente él un poder extraño, esto sólo es posible porque pertenece a otro hombre que no es el trabajador. Si su actividad es para él dolor, ha de ser goce y alegría vital de otro. Ni los dioses, ni la naturaleza, sino sólo el hombre mismo, puede ser este poder extraño sobre los hombres.
Recuérdese la afirmación antes hecha de que la relación del hombre consigo mismo únicamente es para él objetiva y real a través de su relación con los otros hombres. Si él, pues, se relaciona con el producto de su trabajo, con su trabajo objetivado, como con un objeto poderoso, independiente de él, hostil, extraño, se está relacionando con él de forma que otro hombre independiente de él, poderoso, hostil, extraño a él, es el dueño de este objeto. Si él se relaciona con su actividad como con una actividad no libre, se está relacionando con ella como con la actividad al servicio de otro, bajo las órdenes, la compulsión y el yugo de otro.

Toda enajenación del hombre respecto de sí mismo y de la naturaleza aparece en la relación que él presume entre él, la naturaleza y los otros hombres distintos de él. Por eso la autoenajenación religiosa aparece necesariamente en la relación del laico con el sacerdote, o también, puesto que aquí se trata del mundo intelectual, con un mediador, etc. En el mundo práctico, real, el extrañamiento de sí sólo puede manifestarse mediante la relación práctica, real, con los otros hombres. El medio mismo por el que el extrañamiento se opera es un medio práctico. En consecuencia, mediante el trabajo enajenado no sólo produce el hombre su relación con el objeto y con el acto de la propia producción como con poderes que le son extraños y hostiles, sino también la relación en la que los otros hombres se encuentran con su producto y la relación en la que él está con estos otros hombres. De la misma manera que hace de su propia producción su desrealización, su castigo; de su propio producto su pérdida, un producto que no le pertenece, y así también crea el dominio de quien no produce sobre la producción y el producto. Al enajenarse de su propia actividad posesiona al extraño de la actividad que no le es propia.
(...) La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado, la consecuencia necesaria del trabajo enajenado, de la relación externa del trabajador con la naturaleza y consigo mismo.
(...)
Comprendemos también por esto que salario y propiedad privada son idénticos, pues el salario que paga el producto, el objeto del trabajo, el trabajo mismo, es sólo una consecuencia necesaria de la enajenación del trabajo; en el salario el trabajo no aparece como un fin en sí, sino como un servidor del salario.
(...)
De la relación del trabajo enajenado con la propiedad privada se sigue, además, que la emancipación de la sociedad de la propiedad privada, etc., de la servidumbre, se expresa en la forma política de la emancipación de los trabajadores, no como si se tratase sólo de la emancipación de éstos, sino porque su emancipación entraña la emancipación humana general; y esto es así porque toda la servidumbre humana está encerrada en la relación de trabajador con la producción, y todas las relaciones serviles son sólo modificaciones y consecuencias de esta relación.

Fragmento de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 (Karl Marx)

sábado, 4 de agosto de 2012

Insípido o amargo, ya no sabe

Cuando nos hemos quedado sin sabor, no sabemos nada más. Podríamos saber, en futuras ocasiones, pero la sabrosura de la vida se nos niega al día de la fecha. ¿Sabremos otra vez, quizá mañana? ¿Cómo saber, si hoy no nos sabe la que nosotros sabíamos? ¿Sabrá que no sabemos porque ya no nos sabe? Papila de mi corazón, ¿volverás a saber como sabías...?  

 












Carta de postres
una poesía de Fulgencio Martínez López


No era mi sabor
su preferido.
Descubre, inventa
a cada momento
una golosina:
chupaba un polo
de frenesí y pistacho
cuando la conocí.

Me dijo entonces tú debes
saber a barro de helecho y a suela.
Puso un nido de nieve en mi lengua
la primera vez que nos separamos.
Como siempre cambia de gustos, yo
también he cambiado desde ese día.

Fui metal y fui ola y fui abeja,
fui hueso y ya no soy coral,
ya no soy relincho de un tren nocturno
ni tengo el sabor tranquilo
del té de las tardes.

Es que, en cada encuentro
y en cada despedida, me crea
como elige en la carta
el postre que prefiere.
Hoy ha elegido uno raro,
un trozo de hielo, sólo.

Mañana,
cuando le apetezca yo de nuevo,
¿a qué voy a saber?, ¿sabré a libro
de poemas amarillento,
a un sentimental pecio del pasado,
un galeón en miniatura
dentro de una botella?

Hoy le mandé un retrato mío:
no sé ya si soy.
Dile,
retrato, dile
¿a qué sabe la nada?

viernes, 3 de agosto de 2012

Maurice Heesen: cuando llegue, que te encuentre sonriendo

Este fotógrafo y publicista neerlandés se ríe de nuestro temor atávico y lo ilustra en cuadros espectaculares. Dice: "Tenemos miedo a la muerte sólo porque no sabemos qué hay después. Lo mejor es seguir riendo en vida hasta que la muerte nos alcance". Recuerda aquel cuento del hombre que se encontró con la muerte en la ciudad, y huyó de ella corriendo al desierto para refugiarse en una cueva. Cuando llegó la noche se le presento La Muerte, y le dijo: "Me sorprendió verte esta mañana en la ciudad, sabiendo que ibas a morir en una cueva en el desierto". Es así, nomás. Y no nos duele tanto estar muertos a las indiferentes espaldas de nuestras esposas, como pensar en el paquete de Nobleza Gaucha sin abrir, o ese chaboncito que nos pisa las naranjas recién compradas...