Un cutis de porcelana, mire
Esta artista danesa tiene la profunda sospecha -o quizá debiéramos decir la firme convicción- de que el mundo no es exactamente como lo vemos los que creemos en la bondad del Papa, en la belleza de Barbie, en la calidad literaria y la profundidad filosófica de Paulo Coelho, y en que el Estado está para garantizar el bien común. Ella dice que eso es tener pajaritos en la cabeza.
María más bien pertenece a un culto que acusa a la estética estático-naif de la porcelana de ser una pantalla para ocultarnos algunas realidades un poquito más violentas, levemente más sádicas, que también pueden contener una pizca de pornografía, "entre el deseo y el tabú", según declara la propia autora. La chica rompe esa sensación de nada perfectamente equilibrada que ilustra la porcelana y ama nuestro cerebro homerosimpsoniano. Y no sólo nos desequilibra, sino que además nos muestra que abajo no hay una red que amortigüe la caída, sino un abismo de locura, abriéndose tranquilamente en el centro de mesa, en la repisita del living, en la cómoda al lado del Rexona que dejamos olvidado cuando salíamos apurados para el laburo.
Por supuesto, esta transformación que la María Rubinke hace del carácter de esos encantadores bichitos blancos y pasivos que alguna vez fueron el sine-qua-non de la decoración hogareña, te hace temblar algo adentro, allá, en el fondo de nuestras certezas de que alguna vez everything will be fine.
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