Mucho antes de su minuciosa relación de la circulación del capital y de sus leyes, el filósofo alemán explicó la enajenación del trabajador de su trabajo. Porqué "el trabajador sólo se siente
en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí". Y porqué la emancipación de los trabajadores, que ha de ser "obra de los trabajadores mismos", "entraña la emancipación humana general"...
[El trabajo enajenado]

(…)
No nos coloquemos, como el
economista cuando quiere explicar algo, en una imaginaria situación primitiva.
Tal situación primitiva no explica nada, simplemente traslada la cuestión a una
lejanía nebulosa y grisácea. Supone como hecho, como acontecimiento, lo que
debería deducir, esto es, la relación necesaria entre dos cosas. Por ejemplo,
entre división del trabajo e intercambio. Así es también como la teología
explica el origen del mal por el pecado original, dando por supuesto, como
hecho, como historia, aquello que debe explicar.
Nosotros partimos de un hecho
económico, actual.
El obrero es más pobre cuanta más
riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El
trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más
mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa
de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce
mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y
justamente en la proporción en que produce mercancías en general.
Este hecho, por lo demás, no
expresa sino esto: el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a
él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto
del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se ha hecho cosa;
el producto es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es su
objetivación. Esta realización del trabajo aparece en el estadio de la Economía Política
como desrealización del trabajador, la objetivación como pérdida del objeto y
servidumbre a él, la apropiación como extrañamiento, como enajenación.
Hasta tal punto aparece la
realización del trabajo como desrealización del trabajador, que éste es
desrealizado hasta llegar a la muerte por inanición. La objetivación aparece
hasta tal punto como pérdida del objeto que el trabajador se ve privado de los
objetos más necesarios no sólo para la vida, sino incluso para el trabajo. Es
más, el trabajo mismo se convierte en un objeto del que el trabajador sólo
puede apoderarse con el mayor esfuerzo y las más extraordinarias
interrupciones. La apropiación del objeto aparece en tal medida como
extrañamiento, que cuantos más objetos produce el trabajador, tantos menos
alcanza a poseer y tanto mas sujeto queda a la dominación de su producto, es
decir, del capital.
Todas estas consecuencias están determinadas
por el hecho de que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo
como un objeto extraño. Partiendo de este supuesto, es evidente que cuánto mas
se vuelca el trabajador en su trabajo, tanto más poderoso es el mundo extraño,
objetivo que crea frente a sí y tanto mas pobres son él mismo y su mundo
interior, tanto menos dueño de sí mismo es. Lo mismo sucede en la religión.
Cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos guarda en sí mismo. El
trabajador pone su vida en el objeto pero a partir de entonces ya no le
pertenece a él, sino al objeto. Cuanto mayor es la actividad, tanto más carece
de objetos el trabajador. Lo que es el producto de su trabajo, no lo es de él.
Cuanto mayor es, pues, este producto, tanto más insignificante es el trabajador.
La enajenación del trabajador en su producto significa no solamente que su
trabajo se convierte en un objeto, en una existencia exterior, sino que existe
fuera de él, independiente, extraño, que se convierte en un poder independiente
frente a él; que la vida que ha prestado al objeto se le enfrenta como cosa
extraña y hostil.
(...)
Ciertamente el trabajo produce
maravillas para los ricos, pero produce privaciones para el trabajador. Produce
palacios, pero para el trabajador chozas. Produce belleza, pero deformidades
para el trabajador. Sustituye el trabajo por máquinas, pero arroja una parte de
los trabajadores a un trabajo bárbaro, y convierte en máquinas a la otra parte.
Produce espíritu, pero origina estupidez y cretinismo para el trabajador.
(...)
Pero el extrañamiento no se
muestra sólo en el resultado, sino en el acto de la producción, dentro de la
actividad productiva misma. ¿Cómo podría el trabajador enfrentarse con el
producto de su actividad como con algo extraño, si en el acto mismo de la
producción no se hiciese ya ajeno a sí mismo? El producto no es más que el
resumen de la actividad, de la producción. Por tanto,
si el producto del
trabajo es la enajenación, la producción misma ha de ser la enajenación activa,
la enajenación de la actividad; la actividad de la enajenación. En el
extrañamiento del producto del trabajo no hace más que resumirse el
extrañamiento, la enajenación en la actividad del trabajo mismo.
¿En qué consiste, entonces, la
enajenación del trabajo?
Primeramente en que el trabajo es
externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo,
el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino
desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que
mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente
en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no
trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario,
sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad,
sino solamente un medio para satisfacer las necesidades fuera del trabajo. Su
carácter extraño se evidencia claramente en el hecho de que tan pronto como no
existe una coacción física o de cualquier otro tipo se huye del trabajo como de
la peste. El trabajo externo, el trabajo en que el hombre se enajena, es un
trabajo de autosacrificio, de ascetismo. En último término, para el trabajador
se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro,
que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a sí mismo, sino
a otro. Así como en la religión la actividad propia de la fantasía humana, de
la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo independientemente de
él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así también la
actividad del trabajador no es su propia actividad. Pertenece a otro, es la
pérdida de sí mismo.
De esto resulta que el hombre (el
trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber,
engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en
cambio en sus funciones humanas se siente como animal. Lo animal se convierte
en lo humano y lo humano en lo animal. Comer, beber y engendrar, etc.,
son realmente también auténticas funciones humanas. Pero en la abstracción que
las separa del ámbito restante de la actividad humana y las convierte en un único
y último, son animales.
(...)
El animal es inmediatamente uno
con su actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su
actividad vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad
vital consciente. No es una determinación con la que el hombre se funda inmediatamente.
La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la
actividad vital animal. Justamente, y sólo por ello, es él un ser genérico. O,
dicho de otra forma, sólo es ser consciente, es decir, sólo es su propia vida
objeto para él, porque es un ser genérico. Sólo por ello es su actividad libre.
El trabajo enajenado invierte la relación, de manera que el hombre,
precisamente por ser un ser consciente hace de su actividad vital, de su
esencia, un simple medio para su existencia.
La producción práctica de un
mundo objetivo, la elaboración de la naturaleza inorgánica, es la afirmación
del hombre como un ser genérico consciente, es decir, la afirmación de un ser
que se relaciona con el género como con su propia esencia o que se relaciona consigo
mismo como ser genérico. Es cierto que también el animal produce. Se construye
un nido, viviendas, como las abejas, los castores, las hormigas, etc. Pero
produce únicamente lo que necesita inmediatamente para sí o para su prole;
produce unilateralmente, mientras que el hombre produce universalmente; produce
únicamente por mandato de la necesidad física inmediata, mientras que el hombre
produce incluso libre de la necesidad física y sólo produce realmente liberado
de ella; el animal se produce sólo a sí mismo, mientras que el hombre reproduce
la naturaleza entera; el producto del animal pertenece inmediatamente a su
cuerpo físico, mientras que el hombre se enfrenta libremente a su producto. El
animal forma únicamente según la necesidad y la medida de la especie a la que
pertenece, mientras que el hombre sabe producir según la medida de cualquier
especie y sabe siempre imponer al objeto la medida que le es inherente; por
ello el hombre crea también según las leyes de la belleza.
Por eso precisamente es sólo en
la elaboración del mundo objetivo en donde el hombre se afirma realmente como
un ser genérico. Esta producción es su vida genérica activa. Mediante ella
aparece la naturaleza como su obra y su realidad. El objeto del trabajo es por
eso la objetivación de la vida genérica del hombre, pues éste se desdobla no
sólo intelectualmente, como en la conciencia, sino activa y realmente, y se
contempla a sí mismo en un mundo creado por él. Por esto el trabajo enajenado,
al arrancar al hombre el objeto de su producción, le arranca su vida genérica,
su real objetividad genérica y transforma su ventaja respecto del animal en
desventaja, pues se ve privado de su cuerpo inorgánico, de la naturaleza. Del
mismo modo, al degradar la actividad propia, la actividad libre, a la condición
de medio, hace el trabajo enajenado de la vida genérica del hombre en medio
para su existencia física.
(...)
Una consecuencia inmediata del
hecho de estar enajenado el hombre del producto de su trabajo, de su actividad
vital, de su ser genérico, es la enajenación del hombre respecto del hombre. Si
el hombre se enfrenta consigo mismo, se enfrenta también al otro. Lo que es
válido respecto de la relación del hombre con su trabajo, con el producto de su
trabajo y consigo mismo, vale también para la relación del hombre con el otro y
con trabajo y el producto del trabajo del otro.
(...)
En la relación del trabajo
enajenado, cada hombre considera, pues, a los demás según la medida y la
relación en la que él se encuentra consigo mismo en cuanto trabajador.
(...)
Si el producto del trabajo me es
ajeno, se me enfrenta como un poder extraño, entonces ¿a quién pertenece? Si mi propia actividad no me
pertenece; si es una actividad ajena, forzada, ¿a quién pertenece entonces? A un ser otro que yo.
¿Quién es ese ser? ¿Los dioses? Cierto que en los
primeros tiempos la producción principal, por ejemplo, la construcción de
templos, etc., en Egipto, India, Méjico, aparece al servicio de los dioses,
como también a los dioses pertenece el producto. Pero los dioses por sí solos no
fueron nunca los dueños del trabajo. Aún menos de la naturaleza. Qué
contradictorio sería que cuando más subyuga el hombre a la naturaleza mediante
su trabajo, cuando más superfluos vienen a resultar los milagros de los dioses
en razón de los milagros de la industria, tuviese que renunciar el hombre, por
amor de estos poderes, a la alegría de la producción y al goce del producto.
El ser extraño al que pertenecen
a trabajo y el producto del trabajo, a cuyo servicio está aquél y para cuyo
placer sirve éste, solamente puede ser el hombre mismo. Si el producto del trabajo no
pertenece al trabajador, si es frente él un poder extraño, esto sólo es posible
porque pertenece a otro hombre que no es el trabajador. Si su actividad es para
él dolor, ha de ser goce y alegría vital de otro. Ni los dioses, ni la
naturaleza, sino sólo el hombre mismo, puede ser este poder extraño sobre los
hombres.
Recuérdese la afirmación antes
hecha de que la relación del hombre consigo mismo únicamente es para él
objetiva y real a través de su relación con los otros hombres. Si él, pues, se
relaciona con el producto de su trabajo, con su trabajo objetivado, como con un
objeto poderoso, independiente de él, hostil, extraño, se está relacionando con
él de forma que otro hombre independiente de él, poderoso, hostil, extraño a
él, es el dueño de este objeto. Si él se relaciona con su actividad como con
una actividad no libre, se está relacionando con ella como con la actividad al
servicio de otro, bajo las órdenes, la compulsión y el yugo de otro.

Toda enajenación del hombre
respecto de sí mismo y de la naturaleza aparece en la relación que él presume
entre él, la naturaleza y los otros hombres distintos de él. Por eso la
autoenajenación religiosa aparece necesariamente en la relación del laico con
el sacerdote, o también, puesto que aquí se trata del mundo intelectual, con un
mediador, etc. En el mundo práctico, real, el extrañamiento de sí sólo puede
manifestarse mediante la relación práctica, real, con los otros hombres. El
medio mismo por el que el extrañamiento se opera es un medio práctico. En
consecuencia, mediante el trabajo enajenado no sólo produce el hombre su
relación con el objeto y con el acto de la propia producción como con poderes
que le son extraños y hostiles, sino también la relación en la que los otros
hombres se encuentran con su producto y la relación en la que él está con estos
otros hombres. De la misma manera que hace de su propia producción su
desrealización, su castigo; de su propio producto su pérdida, un producto que
no le pertenece, y así también crea el dominio de quien no produce sobre la
producción y el producto. Al enajenarse de su propia actividad posesiona al
extraño de la actividad que no le es propia.
(...)
La propiedad privada es, pues, el producto, el resultado,
la consecuencia necesaria del trabajo enajenado, de la relación externa del
trabajador con la naturaleza y consigo mismo.
(...)
Comprendemos también por esto que
salario y propiedad privada son idénticos, pues el salario que paga el
producto, el objeto del trabajo, el trabajo mismo, es sólo una consecuencia
necesaria de la enajenación del trabajo; en el salario el trabajo no aparece
como un fin en sí, sino como un servidor del salario.
(...)
De la relación del trabajo
enajenado con la propiedad privada se sigue, además, que la emancipación de la
sociedad de la propiedad privada, etc., de la servidumbre, se expresa en la
forma política de la emancipación de los trabajadores, no como si se tratase
sólo de la emancipación de éstos, sino porque su emancipación entraña la emancipación
humana general; y esto es así porque toda la servidumbre humana está encerrada
en la relación de trabajador con la producción, y todas las relaciones serviles
son sólo modificaciones y consecuencias de esta relación.