lunes, 8 de agosto de 2011

Lamento propietario

Aquel anarco español que dejara una imborrable huella en el Paraguay de principios del siglo XX, el "libertario abuelo" de Soledad, al que Augusto Roa Bastos señala como su maestro y el de todos los escritores guaraníes, era un finísimo escritor que a veces nos recuerda a Ambrose Bierce y otras a Esteban Echeverría. Y siempre nos deslumbra con la sencilla y elegante precisión de sus descripciones...


Gallinas


Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz.

Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia.

Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y de dos patas. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás, que podían quitármelas.

Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero mis gallinas saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció.

Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno.

El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista.

Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí.

Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...

Rafael Barret