jueves, 14 de mayo de 2015

De Borges, sobre Luciano Arruga

Los 20 pesos que la Bonaerense le robó a Luciano, y la dignidad que los dominadores jamás conocerán. Breve crónica sobre el testimonio de Vanesa Orieta y una hipótesis sobre la tortura.

Nuestro Borges, “nuestro” más allá de sus cegueras políticas, porque su obra vale más que eso, escribió en uno de sus poemas de reflexión/fantasía histórica textualmente: “Yo sé (todos saben) que la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece, pero también sé imaginar que ese juego… descubrirá algún día el arte divino de destejer el tiempo o, como dijo Pietro Damiano, de modificar el pasado” (1) Y yo elijo partir de esa doble reflexión poética para pensar la lección de dignidad que Vanesa Orieta nos dio a todas y todos los que luchamos por la humanidad de los seres, que sería un buen modo de renombrar la lucha por los derechos humanos, para limpiarla de tantas incrustaciones oportunistas que ha sufrido en estos años.

Porque Vanesa habló de la dignidad de los naides, de cómo la familia de Luciano lo sostiene en su decisión de no aceptar el “empleo” que la Bonaerense le propone (pasar a robar para ellos en “territorios liberados”), a pesar de la pobreza extrema que sufre en aquellos años (entre el 2005 y el 2008, supuestos años de oro de la “década”) al llegar al nuevo barrio y alojarse en una casita de tres por uno donde sólo entraban dos cuchetas para toda la familia. Vanesa nos habló con tanta ternura y admiración de su hermano que uno lo puede imaginar con sus dientes grandes y sus ojos enormes, arrastrando el carrito cartonero o trabajando en la fundición donde ella le consigue un trabajo al que él acude disciplinadamente.



 De por qué su hermano creció rápido al tener que asumir el rol del “varón” familiar al borrarse el padre biológico y dejar a todos en la más rigurosa intemperie. E igual que su mamá Mónica, mostró su dolor y su culpa por haber puesto en duda el relato de Luciano, duda que le dolió a él casi más que las patadas y golpes que los policías le aplicaban donde quiera lo encontraban por el barrio, que no eran ellos gente de aceptar una negativa como la que Luciano les había dado.

Y de los veinte pesos. En la noche del día que estuvo preso y sometido a las torturas que ya se han descripto más de una vez, Vanesa convence a su hermano de ir al hospital a revisarse y conseguir un certificado para una futura denuncia (que nunca concretarían, espantados de las consecuencias que eso traería para toda la familia ante la vista del carácter institucional del accionar de Torales). El caso es que luego de conseguir que lo revisen, se preguntan el uno al otro si tienen para el colectivo y Luciano le cuenta que los últimos veinte pesos que tenía se los robaron en la comisaría, y los dos se largan a reír como los niños que casi son.

Lo habían detenido por ladrón, por ladrón le habían pegado y maltratado durante unas nueve horas en la cocina de un destacamento donde había entrado esposado, para luego sufrir toda clase de humillaciones, hasta la de tener que comerse un sandwich que previamente habían escupido los policías, valientes como Astiz en Malvinas. “Por ladrón”, le dijo el comisario Torales a Vanesa cuando ella le preguntó por qué estaba preso su hermano. Y resultaba que los únicos ladrones, y no de manera figurada sino literal, eran los policías de Torales y sus secuaces.

Los “vencedores” en la dura lucha por la supervivencia de los pobres; los que habían optado por subirse al carro de los vencedores, conchabarse en el aparato del Estado, que es el lugar del PODER real, el de los que vienen venciendo desde que los españoles llegaron a estas tierras y asesinaron a los primeros perdedores, nuestros originarios. Para Torales, claro que el Negrito Luciano Arruga era un perdedor. Dieciséis años tenía Luciano y ya trabajaba en los empleos peor remunerados y ni ducha tenía en su casa, tenía que ir a lo de su hermana para pegarse un baño antes de salir con sus amigos.

Por eso lo de Borges: “La derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”. La de Luciano es la dignidad del Negrito Avellaneda escupiendo a sus torturadores cuando le preguntan dónde encontrar a su papá Floreal, fugado de la represión. Tenía la misma edad que Luciano, dos niños florecidos por la tortura.

Y me gusta imaginar que los mismos sueños. Mónica nos había contado de sus sueños de estudiar y tener un trabajo bien pago, de viajar y de cuidar a la abuela. Yo sé que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, pero digo que la generación victimizada por Videla había vivido una experiencia colectiva que la había llevado a la militancia política directa, pero no tengo ahora dudas que el sueño del buen vivir es el mismo y que la pared se levanta frente a ese sueño eterno de ser libres y felices, tiene distintos nombres y rostros pero es siempre el mismo, ese que Vanesa ha denunciado en tantos encuentros, y no es otro que el capitalismo.

He escrito decenas de artículos proponiendo la tesis de que el capitalismo es incompatible con los derechos humanos y que por deducción lógica directa, es el poscapitalismo, que a mí me gusta seguir convocando con el viejo y noble nombre de socialismo, el modo más rápido y sencillo de conquistarlos. El análisis más simple del caso Arruga, las declaraciones de Mónica y Vanesa, pero también el accionar injurioso de los defensores del Policía y la evidente incomprensión del mundo de Luciano por parte de los jueces, confirman sin lugar a dudas que la hipótesis es certera. Por lo que me animo a avanzar con otra más sencilla: el que quiera terminar con la tortura y el gatillo fácil tendrá que luchar por el socialismo.

Llevamos más de treinta años sufriendo la continuidad de la lógica y la cultura represora en las fuerzas del Estado que portan armas, es hora de despertar de la ingenua ilusión de que no habrá más comisarios Torales si hacemos bien los deberes democráticos de darles “charlas” y “cursos de derechos humanos”. Torales es tan indispensable al capitalismo argentino como el ingeniero Blaquier del Ingenio Ledesma. Y para terminar con ellos definitivamente hay que terminar con el sistema que los genera hora a hora. Por su naturaleza injusta, explotadora, discriminadora y asesina.

(1) Jorge Luis Borges, del libro La Cifra de 1981.

Autor: José Ernesto Schulman, secretario nacional de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre Publicado originalmente en Crónicas del Nuevo Siglo 

domingo, 15 de febrero de 2015

Nosotros, los Dogon

Es un lago sagrado, porque en el momento más agobiante de la sequía conserva un poco de agua, un poco de vida. Entonces los Dogon de todas las aldeas nos juntamos para un rito que nos va a garantizar el bienestar y la abundancia el año que viene: tenemos que capturar un pescado, al menos uno, y nuestro pueblo, nuestra familia y nosotros mismos estaremos salvados.

Aprendan, blancos ignaros, que no pueden ir a un recital ni a un partido sin que haya disturbios. Mírennos a nosotros, los Dogon, cuando el agua y los peces escasean, buscando nuestro alimento de hoy y de mañana sin un empujón, sin un codazo, en armonía con la naturaleza esquiva y con nosotros mismos. Luego, pueden volver a llamarnos salvajes...

martes, 20 de enero de 2015

Pinta tu aldea

Tal vez pintáramos sobre nuestra propia piel, con ocre y carbón, mucho antes de pintar sobre la piedra. Pero hace cuarenta mil años, en todo caso, dejamos huellas de manos pintadas en las paredes de las cuevas de Lascaux, de Ardennes, de Chauvet.

El pigmento negro utilizado para pintar los animales de Lascaux estaba compuesto por dióxido de manganeso y cuarzo molido, y casi la mitad de la mezcla era fosfato de calcio. Para hacer fosfato de calcio hay que calentar huesos a cuatrocientos grados centígrados y luego molerlos.

Fabricábamos pintura con los huesos de los animales que pintábamos.

Ninguna imagen olvida este origen.

El futuro proyecta su sombra sobre el pasado. Así, los primeros gestos lo contienen todo; son una especie de mapa. Los primeros días de una ocupación militar; la concepción de un hijo; semillas y tierra.

El dolor es la más pura destilación del deseo. Con la primera tumba, con esa primera siembra de un nombre en la tierra, se inventó la memoria.

Ninguna palabra olvida este origen.

                                                    Anne Michaels, La cripta de invierno.





















martes, 6 de mayo de 2014

Brasil: "Al menos un mes sin estallidos sociales"

La radio del equipo de música saturaba la sala de torturas con los acordes de la marcha: "Mundial, la fiesta deportiva sin igual...". Era 1978, en alguno de los campos de concentración de la dictadura argentina. Así como la música era útil para tapar los gritos de los atormentados, el espectáculo basado en el fútbol debía servir al doble propósito de lavar la imagen internacional de los torturadores que gobernaban el país y de distraer a la población local.


La dictadura había hecho una importante cantidad de obras para instalaciones deportivas, comunicaciones y turismo, lo que iba a demostrar que "los argentinos, trabajando unidos somos capaces de grandes cosas".    

Tres décadas y media después de aquel momento en la Argentina, Brasil se prepara para organizar el segundo campeonato mundial de fútbol de su historia. El gobierno de Brasil tiene un prestigio internacional que no requeriría de campañas especiales, pero ahora el mundial es un negocio de una magnitud enormemente superior, que justificaría para su realización el empeño de los cuantiosos recursos que una de las potencias mundiales emergentes no ha invertido en viviendas y servicios para buena parte de su población. 


Y justamente allí aparece un problema que -sorprendentemente- asemeja a aquella dictadura genocida que sufrimos los argentinos, con el gobierno democrático, eficiente, progresista y exitoso del Brasil de hoy. Meses antes del inicio del mundial 1978, los militares argentinos, con el intendente de la capital federal brigadier Osvaldo Cacciatore como emblema, se propusieron quitar de la vista de propios y ajenos las barriadas de extrema pobreza que su política económica generaba. Así, a las "villas" y a los "villeros" se los demolió, se los tapió, se los expulsó, se los encarceló, se los transportó fuera de la ciudad, etc. Debían "desaparecer" de la vista de los ciudadanos y turistas a los que se ofrecía el espectáculo del fútbol mundial. 

Las fotografías de la agencia France Presse muestran el momento de la expulsión de los pobladores de una de las tantas favelas "erradicadas" en el último año. Si bien el plan original promocionado por el gobierno que "sumó 20 millones de personas a la clase media" consistía en mudar a la gente a nuevas viviendas de mayor confort en sitios de mayor calidad urbana, hubo algunas fallas. Primero, los lugares a los que se intentó llevar a los "favelados" eran demasiado lejanos y aislados respecto de los lugares de trabajo, en un país que ofrece un transporte público reconocidamente malo y caro, según se reveló en multitudinarias protestas el año pasado. Luego, las viviendas construidas distaban mucho de lo prometido, no se acercaban a las que la gente había hecho con su propio esfuerzo. Finalmente, ni siquiera hubo viviendas, y los pobladores eran llevados a sitios precarios y provisorios en los que no sabían cuánto tiempo ni en qué condiciones debían permanecer. Así, los traslados, que siempre fueron más o menos compulsivos, en los últimos meses desembocaron en violentos desalojos que requirieron la intervención permanente de la policía militarizada y el uso de todos sus recursos represivos. 

Numerosas organizaciones políticas, sindicales y sociales brasileñas denuncian que el factor principal que impulsa la celeridad y brutalidad empleadas en la expulsión de estas poblaciones, no es meramente un afán estético, sino un descomunal negocio inmobiliario que se prolongará mucho más allá del mundial y de los juegos olímpicos previstos para 2016. Se trata de una reurbanización forzada que va a transformar enormes porciones de la ciudad, de territorios residenciales donde habitan cientos de miles de personas a mercancías edilicias y de especulación inmobiliaria que serán mononopolizadas por un reducido número de capitales. Esta primacía del negocio no sólo no termina con las carencias históricas de los favelados, sino que las agrava y crea nuevas miserias. 


Como los dictadores argentinos, el gobierno brasileño -cuyo prestigio internacional ya mencionamos- recibe el decidido apoyo de los más notables ejecutivos de la multinacional del fútbol. Por ejemplo, Michel Platini -otrora elegantísimo jugador, ahora despreciable gerente de la UEFA, mañana candidato a presidente de la FIFA- declaró respecto de los hechos que mencionamos: "Tenemos que decir a los brasileños que tienen el mundial y que están ahí para mostrar la belleza de su país y su pasión por el fútbol. Si pueden esperar al menos un mes antes de provocar estallidos sociales, sería bueno para todo Brasil y el mundo del fútbol. Rindamos homenaje a esta hermosa copa del mundo, que llega a Brasil para que sean felices".
El conocimiento popular da por descontado que tanto gobernantes como hombres de negocio suelen ser habitualmente hipócritas. Sin embargo, se sorprende a veces con el grado de cinismo y violencia que
muestran abiertamente en defensa de sus intereses y en contra del interés general.


Brasil2014-YoNoVoy from Nahuel Sarnoso on Vimeo.

martes, 25 de marzo de 2014

"La tasa de desempleo y las estadísticas de suicidio son ‘asuntos diferentes’”

Este libro no contiene ningún conocimiento novedoso -al contrario, pretende intervenir en la discusión refrescando conceptos y debates que se traían olvidados en los últimos cien años-, pero expone una materia compleja de forma tan llana como profunda, rescatando la necesaria ligazón del abstracto con el concreto, o mejor, el imprescindible examen que el abstracto una vez constituido ha de rendir ante el concreto del que fue extraido. Creo que no hay edición castellana, o al menos yo no supe encontrarla, por lo que traduzco aquí la introducción, donde el autor expone el motivo del libro y un completo detalle de sus contenidos (al final, enlazada la edición inglesa).




Contradicciones del capitalismo contemporáneo
La entera posibilidad de la vida humana está gobernada por la contradicción. Consideremos: en las tres últimas décadas, el promedio de duración de la vida humana se ha extendido diez años o más. En las regiones más pobres del mundo, ha crecido de 48 años a 63. Hay varias causas para que así sea, pero entre las principales está la aplicación de la ciencia a la agricultura (la llamada revolución verde), las mejoras en la asistencia médica, y la consecuente reducción a la mitad de la mortalidad infantil. Progreso, desde cualquier punto de vista.

Pero esta es sólo la mitad de la historia. En un periodo similar, en los años que van desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ha habido 149 guerras que dejaron al menos 23 millones de muertos, una población similar a la de Canadá. Basados en un año promedio, el número de víctimas en guerras durante este periodo han sido el doble de los muertos que en el siglo XIX y siete veces mayor que en el siglo XVIII (1). Si extendemos nuestro cálculo a todo el siglo XX, y entonces incluimos las dos Guerras Mundiales, nuestra época aparece aún mucho más mortal. Regresión, desde cualquier punto de vista. Es como si el mismo desarrollo de la productividad humana diera lugar a la posibilidad de la vida y a su destrucción. 

El número de físicos en el mundo ha aumentado de cerca de 1,6 millones en 1960 a 5,7 millones en 1990. Un paso adelante, sin duda. Pero el número de personas en las fuerzas armadas creció de 18 a 26 millones en el mismo periodo. Un paso atrás. En esos 30 años, los gastos en educación se acrecentaron en todo el mundo de $ 486 a $ 1.048 dólares por estudiante. Pero el presupuesto militar por soldado subió de $ 18.140 a $ 26.536 (2). Sólo un item de esa erogación, el bombardero invisible B2, costó $ 2300 millones por unidad, convirtiéndose en el avión más caro de la historia. Cada B2 cuesta tres veces su peso en oro (3).

Adonde miremos, otra paradoja aparece. ¿Cómo puede ser, por caso, que en la sociedad capitalista más rica del mundo, los EEUU de América, el ingreso semanal real venga cayendo sostenidamente desde 1973? (4). Una consecuencia de esto es que la brecha entre el ingreso del 20% más rico y el 20% más pobre es mayor en los EEUU que en Egipto, India, Argentina, e Indonesia (5). ¿Cómo puede ser que, en el mismo país, mientras el número de gente trabajando en la salud es el doble que en los ’80, los EEUU ocupan el último lugar entre los más industrializados en expectativa de vida, consultas médicas y mortalidad infantil? (6) ¿Cómo es que en Gran Bretaña, donde la economía, a pesar de la recesión, produce más que nunca antes, la Sociedad Británica para el Avance de la Ciencia puede decir que el 25% de la población vive bajo la línea de pobreza? (7)

Las contradicciones no son menos impactantes si trasladamos nuestra mirada de la economía a la política. La introducción del mercado capitalista en Rusia y en Europa Oriental suponía un aumento de la estabilidad y la prosperidad, pero actualmente se verifica lo contrario. El fin de la Guerra Fría suponía el anuncio de un pacífico Nuevo Orden Mundial. En los hechos, aún sin contar la Guerra del Golfo, el número global de conflictos alcanzó el récord histórico de 29 guerras declaradas en 1992, con el número de muertos más alto de los últimos 70 años (8). En el quincuagésimo aniversario del inicio de la Segunda Guerra Mundial, las organizaciones fascistas llegaron al pico de su influencia durante la posguerra en varios países europeos. Y al mismo tiempo, cuando el movimiento obrero en los países industrializados era habitualmente descripto por periodistas y académicos como una fuerza gastada, tenían lugar huelgas masivas durante los ’90, por caso, en Italia, España, Grecia, Canadá, y Francia.

Frente a estas contradicciones, debería ser obvio, al menos para la gente de izquierda, que es necesario retornar a la tradición política e intelectual que ha desarrollado un método específico para analizar estas situaciones. La tradición marxista clásica siempre ha insistido, después de todo, en que el capitalismo era un sistema contradictorio y que sus enormes avances en las fuerzas productivas coexisten con formas de propiedad que frustran su despliegue y futuros desarrollos. ¿Y no fue Marx quien insistió en que el resultado de dichos conflictos inevitablemente desembocaría en inestabilidad política crónica? Su declaración más famosa al respecto dice:

En un cierto estadio de su desarrollo material las fuerzas productivas de la sociedad entran en conflicto con las relaciones de producción existentes, o —lo que no es sino la expresión legal de la misma cosa— con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se vuelven trabas. Entonces comienza una época de revolución social (9).

No hace falta ser un agudo observador del cambio social para ver este proceso en desarrollo en el mundo moderno —en el colapso de las economías de capitalismo de Estado, a menudo a mano de movimientos populares en Europa Oriental y Rusia, en la crisis mundial del progreso capitalista que ya va por su tercera década, en las explosivas relaciones entre la producción internacional y los Estados nacionales, en el fin y el periodo posterior del apartheid sudafricano, y en el desarrollo de la crisis en China, entre otros.

Tanto el método dialéctico del que este tipo de análisis es fruto, como la tradición marxista clásica que lo ha nutrido, raramente han estado tan demodée entre la intelligentzia de izquierda como hoy. Es esta dislocación entre un mundo que clama por el análisis dialéctico y la actual insuficiencia de la respuesta teórica la que motiva este libro. Sólo resta brindar aquí un pequeño sumario de los principales elementos de los que la dialéctica se compone, cuya descripción completa ocupa el resto de la obra.

¿Qué es la dialéctica?

El surgimiento de la sociedad capitalista, desde sus comienzos en el siglo XVII trajo consigo una división del trabajo que hizo que los individuos aislados aparecieran como la célula básica desde la que se construía la sociedad. Los trabajadores asalariados buscan su suerte en el mercado de trabajo: el individuo, en competencia con otros individuos, para un empleador individual. Los salarios debían gastarse en otros mercados en los que el trabajador, como consumidor individual, compraba a vendedores individuales.

Mucho después, el voto secreto e individual, aún hoy más valorado en la ruptura que en la observancia, se convirtió en la norma política de la sociedad capitalista. El arte, al principio para una estrecha élite y luego de manera más general (aunque lejos de la universalidad), pasó a reflejar no ya, como antes, la experiencia colectiva de la devoción religiosa, sino los deseos del individuo: amor, satisfacción sexual, riqueza, status, felicidad. En suma, el deseo de realización individual, más allá de cómo se mida. Muchas formas del arte pasaron a favorecer el consumo privado por sobre la experiencia pública. La imprenta condujo, primero, al estudio individual de la Biblia, y después, a la novela en folletín en vez del sermón dominical; la televisión tiene preeminencia sobre el cine y el teatro, y los CDs o los cassettes sobre los conciertos en vivo. Y, lo más importante, el acceso al arte, consumido de manera pública o privada, sólo es posible mediante actos de compra individual.

La compartimentación de la experiencia es aún más extrema hoy que en las fases tempranas del desarrollo capitalista, tanto en lo social como en lo ideológico. Por lo general, colegios y universidades subrayan que artes y ciencias deben estudiarse de manera aislada; que lenguaje e historia, ingeniería y sociología, poesía y negocios, son disciplinas separadas.

En los diarios y noticieros, por ejemplo, esto es tan rutinario como para dejar pasar sin comentario que la tasa de desempleo y las estadísticas de suicidio son "asuntos diferentes". Se informa el nivel de pobreza en la página 4, la tasa de criminalidad en la página 6. La crítica de arte va al suplemento cultural, las subastas de arte a las de negocios; las películas se reseñan en la parte de espectáculos, las fusiones de los grandes estudios en las páginas financieras.

A un nivel más abstracto, esta forma de comprensión del mundo se ha desarrollado en diversos enfoques científicos conocidos como empirismo, positivismo (1) o lógica formal. Estos enfoques enfatizan  en que los hechos de una situación son aproximadamente tal como aparecen al observarlos por primera vez; que los compartimentos en los que encontramos tales hechos son propiedades inevitables e inalterables de las cosas mismas, no el producto del desarrollo histórico impuesto al mundo por nuestra manera de entenderlo; que las relaciones entre estos hechos son menos importantes que cada hecho tomado aisladamente, y que este complejo de hechos es más o menos estable o, si se desarrolla, lo hace de manera ordenada y enteramente explicable en términos lineales de causa y efecto.

Los biólogos Richard Levins y Richard Lewontín describen este método como el racionalismo cartesiano (por el filósofo René Descartes, 1596-16S0). Y señalan cuatro propiedades que definen este enfoque:

1. Hay un conjunto natural de unidades o partes de las que todo sistema total está hecho;
2. Estas unidades son homogéneas en sí mismas (...);
3. (...) Las partes existen de manera aislada y se unen para formar todos. Las partes tienen propiedades intrínsecas que poseen de manera aislada y que le confieren al todo (...);
4. Las causas están separadas de los efectos, siendo las causas propiedades de los sujetos, y los efectos, propiedades de los objetos. Mientras que las causas pueden responder a información proveniente de los efectos (el llamado "rizo de retroalimentación"), no hay ambigüedad en cuanto a cuál es el sujeto causante y el objeto causado" (2).

Cuando esta forma de pensamiento no consigue dar cuenta de una realidad en extremo contradictoria, los intelectuales convencionales adoptan una de dos estrategias. Una, el racionalismo, intenta reconstruir la realidad insistiendo sólo en los aspectos del mundo que conforme a los cánones preestablecidos son los que tienen verdadera significación; el resto es una ilusión insustancial condenada al olvido en la medida en que la racionalidad gane terreno frente al error y la superstición. La otra es el misticismo, que simplemente abandona la lucha por la comprensión de las contradicciones que enfrenta, retrocediendo al terreno de la especulación sobrenatural.

Por otro lado, debido a que estos enfoques -positivismo, racionalismo y misticismo- son todos métodos parciales y unilaterales de comprender el mundo, el fracaso de uno suele engendrar la aparición de los otros; a veces en escuelas rivales, a  veces como aspectos no integrados de un solo sistema. Esto es lo que Lukács llamaba "las antinomias del pensamiento burgués", y la mejor crítica de ellos aparece en su Historia y consciencia de clase, que discutimos en el capítulo 5.

La  dialéctica moderna surgió como respuesta a estas contradicciones y a la sociedad de la que nacieron. Esos desarrollos están bocetados en el capítulo 1. Que esta crítica es todavía necesaria se puede ver fácilmente en la frecuencia con que algunos o todos estos principios son presentados por los marxistas analíticos en particular, y también -a pesar de sus pretensiones de rechazar la "racionalidad iluminista"- por los posmodernos, para quienes el punto de partida de su reflexión es la rígida compartimentación de la imagen y de la realidad. Estos asuntos se tratan el capítulo de conclusiones de este libro.

La  crítica dialéctica de este método incluye, primero y principal, tres principios; totalidad, cambio y contradicción. Considerados por separado, estos principios no constituyen un enfoque dialéctico. Sólo cuando son tomados en conjunto se vuelven dialécticos. No obstante, vamos a examinarlos de a uno.

Totalidad se refiere a la insistencia en que los diversos elementos aparentemente separados que componen el mundo están de hecho relacionados unos con otros. La producción es un acto colectivo, no simplemente el resultado del esfuerzo individual. El mercado es una institución social, no el resultado natural de la conducta de los individuos. La pobreza y el delito, el desempleo y el suicidio, el arte y los negocios, el lenguaje y la historia, la ingeniería y la sociología, no pueden entenderse aisladamente, sino como partes de una totalidad.

Además, cuando relacionamos estos términos unos con otros, su significado se transforma. Una vez que conocemos la relación entre pobreza y delito, es imposible considerar al sistema judicial o a los que viven en la pobreza de la misma manera en que lo hacíamos cuando parecían ser dos mundos separados. En el empirismo, la parte es vista como una unidad preexistente que, en el mejor de los casos, choca o coincide con otras. De este modo, las partes pueden afectar recíprocamente sus trayectorias pero no su esencia fundamental. En un sistema dialéctico, la naturaleza misma de la parte queda determinada por sus relaciones con las otras partes y con el todo. La parte hace el todo, y el todo hace las partes.
En este análisis, no se trata sólo de que el todo es más que la suma de las partes, sino que las partes pasan a ser algo más de lo que eran individualmente al ser partes de un todo:

"El hecho es que las partes tienen propiedades que les son características sólo en tanto son partes de un todo; las propiedades pasan a existir en las interacciones que hacen el todo. Una  persona no puede volar agitando los brazos, por más que lo intente, ni un grupo de personas puede volar agitando sus brazos de manera simultánea. Sin embargo, las personas vuelan, como resultado de una organización social que ha creado los aviones, los pilotos y el combustible. La  que vuela, sin embargo no es la sociedad, sino los individuos en sociedad, que han adquirido una característica que no tendrían fuera de la sociedad. Las limitaciones de los seres individuales son negadas por las interacciones sociales. El todo, de este modo, no es sólo objeto de la interacción de las partes, sino también sujeto de acción sobre las partes" (12)-

Un punto importante de este enfoque es que, por su naturaleza misma, se opone al reduccionismo. No disuelve el rol del individuo en función del todo, lo colectivo o cualquier otra abstracción semejante. Tampoco disuelve el concepto de sociedad reduciéndolo a la simple suma de los átomos individuales que vendrían a ser sus elementos básicos, como dicen la economía dominante y el marxismo analítico. Un punto de vista dialéctico muestra la naturaleza parcial y unilateral de ambos enfoques, y los reemplaza con la descripción concreta y específica de cómo la interacción del todo y las partes da origen a una situación cualitativamente nueva, tanto para la totalidad como para las partes que la componen.

La totalidad no es, no obstante, la definición acabada de la dialéctica. Muchas visiones no dialécticas da la sociedad utilizan la idea de totalidad. La Iglesia Católica tiene su propia visión mística del carácter omniabarcador de la creación de dios, y una visión sumamente práctica de las jerarquías temporales que la acompañan. "La tradición taoísta en China comparte con la dialéctica el acento en la totalidad, el ser total que se sostiene sobre el equilibrio de los opuestos como el ying y el yang" (4). Incluso la comprensión que tiene el sentido común de la naturaleza humana considera que hay un pequeño número de propiedades generales y subyacentes que dan forma a toda la vida, y que se manifiestan en individuos diferentes y en las más variadas circunstancias.

Lo que une a todas estas explicaciones es que ven la totalidad como algo estático. Bajo la bullente superficie del mundo yace una verdad imperecedera: el inmodificable rostro de Dios, la incesante búsqueda del equilibrio entre el ying y el yang o las formas eternas, para bien o para mal, de los valores humanos. Todas estas visiones carecen de la noción de totalidad como un proceso de cambio. E incluso allí donde estos sistemas conceden la posibilidad de inestabilidad o cambio, se los considera apenas como el paso previo a la restauración del equilibrio. La economía de libre mercado funciona precisamente en base a estos principios: la oferta y la demanda llegarán a su equilibrio natural si se las deja libradas a su propio mecanismo (es decir, sin interferencias del Estado o los sindicatos). El equilibrio reemplaza rápidamente a la inestabilidad, y la armonía a las crisis, una vez que se eliminan esos "obstáculos".

A diferencia de todo esto, el enfoque dialéctico es capaz de dar cuenta del cambio, el desarrollo y la inestabilidad. Según Engels, el "gran mérito" del sistema hegeliano es que

"Por primera vez se concibe todo el mundo de la naturaleza, de la historia y del espíritu como un proceso, es decir, en constante movimiento, cambio, transformación y desarrollo, intentando además poner de relieve la íntima conexión que preside este proceso de movimiento y desarrollo. Contemplada desde este punto de vista, la historia de la humanidad no aparecía ya como un caos árido de violencias absurdas, todas igualmente condenables ante el fuero de la razón filosófica ya madura y buenas para ser olvidadas cuanto antes, sino como el proceso de desarrollo de la propia humanidad" (5).

Pero cambio y totalidad, incluso tomados en conjunto, no son aún suficientes para definir un sistema dialéctico. Además, hace falta aportar alguna indicación general de cómo se origina el cambio. La mayor parte de las teorías remiten a una cadena simple de causa y efecto cuando quieren explicarlo. Por ejemplo, sigue siendo común el hecho de dar cuenta del período de entreguerras según este esquema: la Segunda Guerra mundial fue causada por la crisis del sistema internacional de Estados y el ascenso al poder de los nazis en los años ’30. El nazismo surgió como resultado del colapso de la república de Weimar; el colapso de la república de Weimar fue una consecuencia del Tratado de Versalles, que a su vez fue consecuencia del resultado de la Primera Guerra mundial, y así sucesivamente. Este punto de vista tiene incluso una formulación acabada a cargo del historiador A. L. Rowse: "en historia, la cronología lo es todo". No obstante, parece obvio que, más allá de cuan meticuloso y complejo sea el detalle de la cadena de hechos, lo que aquí tenemos es una mera descripción, no una explicación; tenemos el qué, pero no el cómo ni el porqué.

Hegel describió este tipo de procedimiento como "la infinitud mala", debido a que postula una serie infinita de causas y efectos que remiten a "quién sabe dónde". El problema de estos puntos de vista es que la causa última queda por fuera de los eventos que describen. La causa es externa al sistema. El enfoque dialéctico busca encontrar las causas del cambio dentro del sistema. Y si la explicación del cambio recae dentro del sistema, esa explicación no puede concebirse según el modelo de causalidad lineal, que simplemente reproduce el problema que estamos intentando resolver. Si el cambio se genera internamente, debe ser el resultado de una contradicción, de inestabilidad y desarrollo como propiedades inherentes al sistema.

La contradicción es, entonces, la forma de la explicación de porqué un tipo de sociedad de clases sucede a otro, o cómo el conflicto entre las clases que componen el sistema conduce a la negación del sistema mismo y al surgimiento de una nueva sociedad. Y es solamente la forma de la explicación, porque la explicación misma dependerá de las condiciones empíricas concretas existentes en cada sociedad. Las contradicciones específicas y su solución variarán en consecuencia.

Esta es, entonces, la forma general de la dialéctica: una totalidad internamente contradictoria en constante proceso de cambio. El principio de contradicción es una barrera al reduccionismo, mientras que el concepto lineal de causalidad no lo es, porque dos elementos que están en contradicción no pueden disolverse uno en el otro, sino sólo superarse mediante la creación de una síntesis que no es reductible a ninguno de sus elementos constitutivos.

Además, un enfoque dialéctico se opone radicalmente a toda forma de reduccionismo porque presupone que las partes y el todo no son reductibles uno al otro. Las partes y el todo se condicionan recíprocamente, o actúan como mediadores, uno del otro. Y una totalidad mediada no puede ser parte de una filosofía reduccionista porque, por definición, el reduccionismo colapsa un elemento de una totalidad en otro sin dar cuenta de las especificidades que los caracterizan.

Estos términos -totalidad, cambio, contradicción y mediación- son los elementos clave de la dialéctica. En la tradición marxista, son no sólo herramientas intelectuales sino también procesos materiales reales, y por eso se trata de una dialéctica materialista. Suele subestimarse la manera total en la que Marx y Engels transformaron la dialéctica al basarla en el desarrollo de la sociedad y de la naturaleza, como queda claro en los capítulos 1 y 2.

Consecuencia de esto es que algunos de los adherentes al marxismo "hegeliano" reproducen los errores de Hegel, aunque ahora en su propio marco teórico. Estos "falsos amigos" de la dialéctica hegeliana se dividen en lo que, a falta de mejor expresión, llamaré "hegelianos de derecha" y "hegelianos de izquierda". La interpretación hegeliana de derecha se inclina en dirección al aspecto más determinista y fatalista del sistema de Hegel: los elementos dominantes del marxismo de Plejánov provienen de este esquema, como lo demuestra el capítulo 3. También la tendencia de Deborin en la Rusia de los años 20, discutida en el capítulo 4. Aunque este punto de vista plantea sus formulaciones en un lenguaje dialéctico y se dirige formalmente contra las teorías deterministas, termina reproduciendo todos los problemas del reduccionismo.

El enfoque de los hegelianos de izquierda busca aferrarse al aspecto crítico y dinámico del sistema de Hegel, pero no consigue comprender a fondo hasta qué punto la dialéctica materialista ha transformado esos conceptos. Sus formulaciones suelen, en los mejores casos, quedar en el terreno de la abstracción, y en los peores, reproducir el idealismo de Hegel. Los Jóvenes Hegelianos originales, de los que tratamos en el capítulo 2, y buena parte de la "teoría crítica occidental", por ejemplo, la obra de Adorno y Benjamín, padecieron este problema. Pero también es el caso de algunos marxistas, a pesar de que haya mucho de valioso en sus obras: algunos de los trabajos de la ex secretaria de Trotsky, Raya Dunayevskaya, y de C.L.R. James, son ejemplos de esto.

Tanto en la derecha como en la izquierda hegelianas, el elemento crucial que se pierde suele ser un compromiso estrecho con, o una comprensión teórica de, la centralidad de la autoactividad de la clase trabajadora para la dialéctica marxista (6). Es la consideración de este problema lo que conduce a la aplicación concreta y materialista de la dialéctica. Y su subestimación, en cambio, la que lleva tanto al determinismo como a la abstracción.

En ninguna parte es más necesaria esta aplicación concreta de la dialéctica que en otro aspecto del método marxista al que nos referiremos aquí: las llamadas "tres leyes de la dialéctica".

Esas "tres leyes" son: la unidad de los opuestos, la transformación de la cantidad en calidad y la negación de la negación. Son útiles para recordarnos las formas en las que a veces se resuelven las contradicciones dialécticas. Pero antes de exponer brevemente su significado, cabe una advertencia. Las tres leyes no son, ni siquiera en Hegel, la única manera en la que tiene lugar el desarrollo dialéctico. No pueden entenderse sin la definición más amplia de la dialéctica discutida anteriormente. No son, como Marx y Engels solían recordar, un sucedáneo para la tarea difícil y empírica de rastrear el desarrollo de las contradicciones reales, ni una llave maestra suprahistórica cuya única ventaja es entrar en acción a falta de un conocimiento histórico real. Pero, si se utilizan cuidadosamente, son herramientas útiles en la comprensión dialéctica.

La  unidad de los opuestos es simplemente una manera de describir la contradicción. En  el ejemplo de Levin y Lewontin, ya citado, el individuo y la sociedad, las partes y el todo, son considerados como unidad de los opuestos. El ejemplo más obvio en Marx es la relación entre capitalistas y trabajadores. Son, por definición, los polos opuestos del sistema capitalista: los que poseen y controlan los medios de producción, y los que no, que se ven obligados a trabajar por un salario. Uno no podría existir sin el otro. El conflicto entre ambos es la contradicción interna que mueve la sociedad capitalista.

La transformación de la cantidad en calidad se refiere al proceso mediante el cual a partir de los cambios graduales en el equilibrio entre elementos opuestos resulta súbitamente un cambio completo en la naturaleza de la situación. Hegel solía dar el ejemplo de un hombre que se arranque uno a uno los cabellos. Al principio no tendrá lugar ningún cambio cualitativo. Pero finalmente el hombre se quedará calvo: el cambio cuantitativo habrá dado como resultado un cambio cualitativo en su condición. Marx señalaba que si los trabajadores de una fábrica iban a la huelga contra su empleador por una reducción en la jornada laboral, la huelga tenía la calidad de una disputa económica. Si más fábricas se unen a la huelga, si se convierte en una huelga general, si los trabajadores reclaman cambios en la ley que estipula la duración de la jornada laboral, entonces ha surgido un movimiento cualitativamente diferente, un movimiento político.

La negación de la negación nos señala la forma en que surgen situaciones nuevas a partir de circunstancias contradictorias, de manera tal que aspectos de las viejas condiciones aparecen, transformados, como parte de las nuevas. Es una manera esencial de recordarnos que el futuro contendrá siempre elementos del pasado, pero de forma muy distinta a la anterior. Marx explica en El capital que de un conflicto revolucionario entre trabajadores y capitalistas no hay que esperar una simple reversión a formas sociales precapitalistas. Lo que se espera es que una nueva forma de sociedad, muy diferente tanto de la que la precedió como de las dos clases que actualmente la componen, emerja como resultado del conflicto. La nueva sociedad, el socialismo, resultará de las fuerzas productivas desarrolladas bajo el capitalismo y de la lucha de clases librada por las clases que lo conforman. Pero el socialismo será una sociedad cualitativamente diferente que seguirá desarrollando esas fuerzas sobre la base de la abolición de todas las clases. La negación de la negación remite al proceso mediante condiciones existentes son a la vez preservadas y completamente transformadas por los cambios que resultan de sus propias contradicciones internas.

La teoría de la alienación es en Marx una parte igualmente importante de la dialéctica, aunque no siempre se la vea en este contexto. La alienación es fundamental para la dialéctica marxista, porque da cuenta de cómo aparece un sujeto capaz de resolver de manera consciente las contradicciones generadas por el desarrollo social. Como parte de esto, la teoría de la alienación explica por qué, tanto en la ciencia como en la consciencia de la clase trabajadora, el mundo aparece como diferente de su estructura real. La teoría continúa explicando cómo y bajo qué circunstancias se puede ir de la apariencia superficial de la sociedad a un examen de su naturaleza subyacente. La alienación se encuentra, por tanto, ligada a la dialéctica sujeto-objeto de Marx y a su dialéctica de esencia y apariencia.

Para concluir, sólo nos queda subrayar un punto: la dialéctica opera a ciegas, más allá del control o la comprensión de los seres humanos, en la medida en que ninguna clase logre hacerse consciente de la naturaleza de la sociedad y ejercer el poder suficiente como para superar las contradicciones destructivas encerradas en el sistema capitalista. Marx y Engels transformaron la dialéctica de Hegel en el mismo momento en que identificaban a la clase trabajadora como la fuerza capaz de emanciparse a sí misma y al resto de la sociedad. La dialéctica materialista es la teoría de Marx de la revolución proletaria.

NOTAS
1. R. Leger Sivard, Mundo Militar y Gasto Social 1993 (Washington: World Priorities, 1993). 42 y 20.
2. A valores del dólar de 1987. Ver ibid., 42.
3. Ibid., 56.
4. P. Kennedy, Preparación para el siglo XXI (London, Harper Collins, 1993), 294. Ver también S. Smith, Ocaso del Sueño Americano en International Socialism 54 (London, 1992), 15–17.
5. Ver P. Rogers y M. Dando, Una Paz Violenta, Seguridad Global después de la Guerra Fría (London, Brasseys, 1992), 138. Las cifras son como siguen: en EEUU, el quintil más rico percibe el 59% del total del ingreso, el quintil más pobre el 5%. En Egipto, las cifras son 48% y 6%, respectivamente; en India, 50 y 7%; en Argentina, 50 y 4%; y en Indonesia, 50 y 7%.
6. Ver P. Kennedy, Preparación para el siglo XXI, 303.
7. En un reporte de la Dra. Jane Millar de la Bath University, basado en estadísticas gubernamentales. La línea de pobreza individual estaba fijada en 59 libras semanales, con precios de 1993, incluyendo la vivienda. Para una pareja con dos niños menores de 11 años, la cifra era de 148 libras semanales. La Dra. Millar señalaba: “Las cifras son sorprendentes. En 1979, menos del 10% de los habitantes era pobre. En 1990–91, la cifra se mantiene en el 24%, un cuarto de la población.” Ver The Independent, 1º de septiembre de 1993. Naturalmente, si excluimos las clases medias y altas del ejemplo, y tomamos el porcentaje de entre los sectores más cercanos a la experiencia de pobreza, la clase trabajadora, la cifra superará considerablemente el 25%.
8. R. Leger Sivard, Mundo Militar y Gasto Social 1993, 20.
9. K. Marx, Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, (Pekín, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1976), 3.
10. El positivismo se caracteriza por "el rechazo a los juicios de valor en las ciencias sociales" y la creencia de que la ciencia debe "preocuparse... sólo de los hechos y relaciones observables". I. McLean, Oxford Concise Dictionary of Politics (Oxford: Oxford University Press, 1996)
11. R. Levins, and R. Lewontin, The Dialectical Biologist (Cambridge, MA: Harvard, 1985), 269.
12. Ibid., 273.
13. Ibid., 275.
14. F. Engels, Socialismo utópico y socialismo científico, varias ediciones.
15. En los casos de James y Dunayevskaya, la consideración de la autoactividad de la clase trabajadora está presente, pero de manera abstracta e idealizada, no en la forma concreta y específicamente histórica en la que siempre aparece en las obras de Lenin y Trotsky. Esto les permite rastrear las categorías de la filosofía de Hegel directamente, de manera abstracta y no mediada. El efecto es que la clase trabajadora aparece como la realización de la dialéctica y el conjunto de la sociedad no se analiza nunca de manera lo  suficientemente concreta como para revelar sus contradicciones específicas. Por eso, a pesar de las intenciones de los autores, la teoría deja de ser una guía para la acción.

(Introducción: contradicciones del capitalismo contemporáneo en EI álgebra de la revolución. La dialéctica y la tradición marxista clásica, de John Rees -Londres, Routledge, 1998-).

sábado, 7 de diciembre de 2013

"Lo que temo es que los libertadores se revelen a sí mismos como elitistas"




“La dictadura no es más que la hipertrofia de la opresión del sistema. Si derrocas la dictadura sin tocar el sistema, la opresión persiste”. (Estudiante de sociología chileno explicando el motivo de la lucha juvenil al movilero de la Televisión Nacional, en 2012)

No son pocos ni son cosa del pasado los movimientos políticos que se caracterizan por la destacada heroicidad de sus militantes y dirigentes, que protagonizan luchas muy desiguales, por lo general contra sistemas encarnizadamente opresivos, cuyo núcleo de gobierno dictatorial, fuerzas de represión, sicarios, torturadores y tenebrosas mazmorras son el blanco evidente contra el que ha de dirigirse la energía revolucionaria. En este enfrentamiento, cuando nadie duda acerca de cuál es el objetivo inmediato, tampoco el líder estará en duda: será es el más heroico, el más resuelto, el más templado, el mejor de nosotros. Los demás, sólo tenemos que ser capaces de seguirlo.

Cuando el gobierno dictatorial se debilita, porque los embates de la revolución han comenzado a agrietarlo y el derrumbe acecha, y porque comienza a perder la unanimidad de los que antes le permitieron encumbrarse, los dueños del sistema –normalmente más lúcidos que sus ocasionales representantes en la administración- tienden a parlamentar y a conceder. Plantean una negociación en la que ofrecen cambiar algunas, unas cuantas o todas las formas, siempre que no se toque el contenido. En este punto es donde la heroicidad, la resolución, el temple, se revelan menos valiosos que un programa político claro y certero. Todas las anteriores hazañas del líder y los dirigentes, toda la larga lucha del movimiento, pueden quedar opacadas según la elección que hagan ahora: si aceptan que el fin de la lucha es el cambio de las formas, o si persisten en la idea primigenia de revolucionar los contenidos. Para decirlo en argentino, si se dejan convencer de que “con la democracia se come, se cura y se educa”, o si prefieren garantizar la justicia antes que levantar las banderas de la paz y la concordia (banderas que antes el sistema despreciaba, pero que ahora agita como “el interés superior de todos”). 


La primera propuesta asegura el fin inmediato de la lucha, una apariencia de paz, los merecidos honores a los sacrificados dirigentes (¡incluso de parte de gentes de las que nunca los hubiesen esperado!), y el cambio de varias o de la mayoría de las formas más explícitas y ofensivas de la opresión. Posteriormente resurgirán los desgarrones bajo los parches pespunteados del armisticio, volverán a sentirse más agudos los dolores acallados, pero ya no estarán aquí los costureros y el pueblo deberá replantearse el mismo problema con otros líderes, otros movimientos. La segunda propuesta, en cambio, todo hay que decirlo, es más ardua: después de la lucha, que ha sido cruel y ha sido mucha, continuar en la búsqueda de la justicia será otra lucha, más larga, más profunda, más difícil, si cabe. Con la única ventaja de que estaremos “golpeando el fierro en caliente”, lo que por cierto no será poca cosa. Pero si el líder y el movimiento conceden a los verdugos la tregua que sólo piden cuando van perdiendo, si aceptan sus lisonjas y sus falsos arrepentimientos, si toman sin inventariar los jirones de poder que abandonan en la huida, tendremos que entender que todo volverá a empezar, de cero, sin ese líder ni ese movimiento, más tarde o más temprano. 


Algo así pasa en Sudáfrica, donde los paupérrimos asentamientos detrás del estadio de la final del mundial 2010 abarcan muchos kilómetros cuadrados, y donde la policía del gobierno negro masacra a 34 mineros negros para hacerles entender que en las minas de los boers y de los británicos no se hace huelga. Nelson Mandela murió el 5 de diciembre, y el pueblo sudafricano lo llorará como el querido líder de luchas ya pasadas. Pero los trabajadores, blancos y negros, desde hace tiempo están buscando otros líderes, otros movimientos, con los que continuar su larga jornada hacia la justicia.  


Lo que sigue son unas postales de la Sudáfrica post-apartheid, tomadas del relato del periodista mejicano Témoris Grecko, en su libro Asante África (2010)…     

JOHANESBURGO: LOS CUATRO FABULOSOS
Encontré una pensión en la zona de Melville, lo más parecido a un barrio bohemio de clase media en Johanesburgo. Está situado a media hora en taxi colectivo del centro de la ciudad, adonde fui acompañado por Antoine, un francés: mucho nos habían advertido de sus peligros. Pero el incidente más grave fue nuestro encuentro con un cómico callejero que humillaba a sus involuntarios comparsas para hacer reír a la multitud: dos blanquitos eran el objeto perfecto para el escarnio. Algunas manos trataron de retenernos, pero huimos a la carrera, sin preocuparnos por la dignidad.

Una vez a salvo del humor africano, echamos a andar tranquilos. Así nos dimos cuenta de que los grandes rascacielos están vacíos. Lejos están hoy las aseguradoras, los bancos, la bolsa de valores... sólo los organismos públicos y algunos periódicos permanecen ahí. Los reporteros dijeron que todos habían sufrido al menos un asalto en los alrededores. Al deambular por las calles —un hormiguero de gente que trafica con comida, camisetas o aparatos electrónicos en humildes puestos callejeros—, uno piensa que está en una ciudad cien por ciento negra: no se ve un solo blanco por la calle. En tiempos del apartheid era al revés: al caer la tarde ya no se permitía la presencia de negros.

Con Cheryl, la que había sido mi anfitriona en Centurión, fui al día siguiente a Sandton, el barrio a todo lujo adonde escaparon las empresas cuando el sistema de segregación fracasó. Sus elegantes avenidas han sido pensadas para coches grandes, las aceras son estrechas y están ocupadas por algunos trabajadores negros y muchos guardias acompañados de perros agresivos. En el centro comercial sí que se ve una ciudad racialmente diversa e integrada. En las cajas del súper, personas negras y blancas se alternan en la fila; en los salones de belleza, mujeres de todas las razas se aletargan para que les hagan peinados elaboradísimos; en el bar donde paramos a beber una cerveza de cinco dólares, jóvenes yuppies con el pelo engominado y coleta, unos rubios y otros morenos, discuten sobre ofertas públicas de adquisición y futuros del mercado de divisas.

A un lado del centro comercial hay una plaza que lleva el nombre de ese revolucionario que apenas hace dos décadas era señalado como amenaza comunista, Nelson Mandela. La rodean los rascacielos más novedosos de África, que albergan las mayores fortunas del continente y funcionan como base de operaciones de The Fab Four («Los Fabulosos Cuatro»), los nuevos tycoons o estrellas de los negocios, empresarios negros cuya fortuna conjunta supera los 1000 millones de dólares, distribuidos en acciones de grandes empresas mineras, aseguradoras, bancos, equipos de fútbol y carreras de coches.
Se trata de los beneficiarios del BEE (Black Economic Empowerment o «empoderamiento económico negro»), programa gubernamental destinado a forzar a los blancos a compartir el control del capital. La estrategia consiste en que las empresas incorporen personal negro y femenino en todos los niveles, desde los puestos más bajos hasta los cargos directivos, y que conviertan a estos empleados en copropietarios. Si una compañía quiere concursar en licitaciones estatales, debe formar parte del BEE y ganar cien puntos en el programa de acuerdo con la evaluación de una oficina pública dedicada a ello. Los detractores del BEE denuncian que las prioridades de asignación no obedecen a criterios de mejoramiento de una mayoría, sino a la creación de una cúpula negra (el 60% de los puntos corresponden a la dirección, la propiedad, las nuevas asociaciones y los contratos con otras empresas adscritas al BEE, mientras que sólo el 40% se otorga a la creación de nuevos empleos y la capacitación).

Tras despedirme finalmente de Cheryl, me enfrenté al problema de cómo regresar a mi pensión. No fue fácil encontrar un transporte, pero logré subirme a un taxi colectivo. Lucy Dlamini, una mujer zulú de unos cincuenta años que viajó junto a mí durante el trayecto, me contó con algo de cariño y bastante orgullo lo que había visto un día desde la ventana de su oficina. Se trataba de uno de los nuevos millonarios negros de Sandton: «¡Qué guapo se veía Macozoma, qué elegante, rodeado de blancos ricos! Y todavía me acuerdo de él cuando salió de la cárcel, el gobierno racista lo tenía preso». Saki Macozoma había sido el responsable de comunicaciones del Congreso Nacional Africano (CNA) cuando esta organización, que hoy detenta el poder, todavía era clandestina e incluso tenía un brazo armado, la guerrilla liderada por Tokyo Sexwale, otro superhombre de negocios. Ambos estuvieron en prisión con Mandela, y Sexwale es ahora un posible candidato presidencial, al igual que Cyril Ramaphosa, antiguo líder sindicalista y secretario general del CNA. Macozoma, Sexwale y Ramaphosa forman, junto con Patrice Motsepe, cuñado de un influyente ministro, el grupo llamado The Fab Four.

Varios pasajeros del taxi recordaban claramente los nombres y las actividades de Los Cuatro Fabulosos. Pasamos un buen rato juntos en aquel vehículo, porque el sistema de transporte público sudafricano es un caos diseñado hace décadas por los enemigos blancos de los usuarios negros, y el gobierno democrático no ha solventado el problema. Parecían acostumbrados y se mostraban, además, cordiales. Les parecía insólito que un blanco se apretara contra ellos. Si en la fiesta de Centurión yo era el moreno, en el colectivo me veían más bien pálido. A mi lado, la señora Dlamini se las arreglaba para espantar las arrugas de su traje sastre. Nunca ha reunido suficiente para comprarse un coche, pero se considera privilegiada por tener un empleo en un banco, desde donde había seguido la historia de los nuevos ricos negros: cuando el actual presidente, Thabo Mbeki, puso en marcha el BEE, la gente pensó que aquello significaría más y mejor trabajo para todos. Pero hubo poco de eso, y los otros pasajeros veían el programa como una operación de intercambio de influencia política por posiciones financieras. «Eso en tu país nunca lo permitirían», me dijo la amable señora sin la menor intención irónica. El vecino de la izquierda me tocó el brazo para enfatizar el punto con su aprobación. 

Para hacer negocios en Sudáfrica, una empresa tiene que formar parte del BEE. Las compañías más poderosas han buscado siempre a las mismas personalidades negras, les han dado acciones y las han incorporado en los puestos directivos. A cambio, han conseguido la aprobación del BEE y, por añadidura, han accedido a los primeros niveles de la administración pública y del CNA. Cuando llegamos a la parada del centro —enorme, desorganizado, sucio, peligroso—, la señora Dlamini me acompañó a buscar mi próximo transporte. Sólo había negros, «pero los líderes de este país no saben lo que es pasar por aquí todos los días», dijo la afable mujer, que para entonces ya parecía haberle perdido todo el cariño a Macozoma. Era un sitio techado, lleno de vehículos que no tienen que someterse a controles de contaminación y el esmog me estaba asfixiando. «Tú toses y ellos están cantando», me dijo. Miré alrededor, pero no veía a nadie que entonara melodías. «No son "Los Cuatro Fabulosos", son "las cuatro fábulas" del BEE, porque son cigarras que no dejan de cantar mientras las hormigas seguimos trabajando. Yo digo que el significado real de BEE es Black Élite Enrichment ("enriquecimiento de la élite negra")».

Lo que más le molestaba era que los multimillonarios negros no se preocupasen por la gente por la que lucharon en su juventud. Ese día en la prensa, Macozoma afirmaba que las críticas sólo provienen de los blancos y que, por eso, son «racistas»: «No apoyaría un sistema de libre empresa que tolerara la pobreza —decía la cita—, pero cinco o seis de nosotros repartidos por la economía podemos conseguir un cambio fundamental». Le mostré el diario a la señora Dlamini: «¿Qué pueden cambiar unos negros ricos que sólo quieren la vida de los blancos ricos? —replicó—. ¿Por qué Macozoma no explica cómo beneficiará su riqueza a los millones de negros pobres?».

Los números la respaldan. Los no blancos forman el 90% de la población, pero sólo el 4 % de las empresas que cotizan en Ia bolsa de valores está controlada por gente como ellos. El 27% se encuentra en manos extranjeras y el 69% pertenece a los blancos. Entre quienes ganan más de 60.000 dólares anuales, se cuentan unos 100.000 blancos y unos 5.000 negros. En los últimos años, 300.000 negros han alcanzado el rango medio de sueldos (de 13.000 a 23.000 dólares), pero eso le sirve de escaso consuelo a la mayoría negra: el desempleo llega al 42%.

Se había hecho tarde, no encontrábamos el transporte que yo debía tomar y a la señora Dlamini le urgía encontrar el suyo. El anochecer es mala noticia para quienes no tienen coche. Antes de irse, entre disculpas, Lucy me dijo que uno de los líderes más queridos de la lucha contra el apartheid había anticipado lo que pasaría con The Fab Four: «Lo que temo es que los libertadores se revelen a sí mismos como elitistas —declaraba Chris Hani en 1992, poco su antes de asesinato—, que conduzcan un Mercedes Benz y usen los recursos del país para vivir en palacios y acumular riqueza».

SOWETO: UN CASO ESPECIAL

Aunque los blancos juegan al rugby, la pasión de los negros sudafricanos es el fútbol. Sobre todo ahora que su país está organizando la Copa Mundial de 2010. Eso le añade emoción al torneo de la liga local, que se decidió en dos partidos simultáneos. Ganaba quien obtuviese más puntos, y Kaizer Chiefs y Orlando Pirates estaban empatados. Son los dos equipos más populares del país, ambos de Soweto. El vencedor de la copa sería quien mejor se desempeñase contra su rival de turno. Y a mí me invitaron a ver los encuentros en un pub del barrio sowelano de Pimville.

Había tenido suerte, estaba con Annica (suena como pizza), una blanca afrikáner, y su ex pareja, Lukanyo, un negro xhosa, con quienes había contactado a través de un blog que yo había abierto en la página del Mail&Guardian, un periódico local (fue así como conocí también a Cheryl). El público del bar estaba dividido y todos me pedían que escogiera un equipo. Como Lukanyo iba por los Pirates, yo me sumé. Mal asunto, porque ganaron los Chiefs y nos dedicaron un desafinado concierto de bubuzelas.

Soweto es la pieza fundamental de la Sudáfrica contemporánea, la llama de la conciencia negra, la chispa de una y muchas insurrecciones. Fue creado cuando los blancos decidieron que no querían tener a los negros en las ciudades. Echaron abajo sus casas y los obligaron a marcharse lejos. Pero no tanto que les resultara imposible ir a trabajar a las empresas de los blancos, que necesitaban aquella mano de obra superbarata. Así nacieron tantos pueblos satélites de las ciudades blancas, a las que los negros sólo podían entrar si tenían un pase. Situada a dieciocho kilómetros de Johanesburgo, Soweto ya es una ciudad de 3,5 millones de habitantes. Aunque en ochenta años se ha desarrollado una pequeña burguesía y existe un barrio de ricos, cientos de miles de personas siguen hacinadas en viviendas de cartón en barrios marginales. Soweto ha sido en otra época epicentro de los movimientos opositores y escenario de revueltas, como la de 1976, protagonizada por estudiantes de secundaria que se oponían a que les quitaran el inglés y les impusieran el afrikaans como idioma de enseñanza. La represión dejó mucha sangre y una foto para la historia universal: Héctor Pieterson, de trece años, asesinado a tiros por la policía, es trasladado por sus hermanos.

En aquel momento, ingleses y afrikáners de la Universidad del Witwatersrand, de Johanesburgo, se manifestaron en solidaridad con Soweto. Eran pocos, unos doscientos, y antes de que llegara la policía a romperles las narices a porrazos —contra ellos no hubo balas—, los transeúntes los acribillaron con huevos y tomates. Los jóvenes manifestantes intentaban llamar la atención sobre una cuestión en especial: «El problema es el sistema, no el idioma», rezaba uno de los carteles. Pero el sistema del apartheid hizo del idioma afrikaans su instrumento, y por eso la oposición convirtió el inglés en la lengua de la libertad, aunque no fuese una lengua africana.

Antes del partido, había ido con Annica al museo erigido en el sitio donde murió Héctor Pieterson. Habíamos mirado las fotos de aquellos adolescentes que se manifestaban con carteles en donde se leía «el afrikaans debe ser abolido». Los textos de la sala contaban cómo el gobierno había querido obligarlos a aprender de un día para otro ese extraño idioma, en el que debían recibir todas las lecciones. Escuché un sollozo a mi lado: Annica se cubría nariz y boca con las dos manos. Adora el afrikaans, su lengua materna, pero tiene que tragarse lo que se hizo con él. Y a diferencia de miles de blancos que nunca han ido a Soweto ni se imaginan cómo se vive allí, para ella no era la primera visita al museo ni resultaba novedad lo que mirábamos y leíamos. Sin embargo, cada visita era una nueva confrontación con la misma historia.

Lo anterior es cosa de todos los días en Sudáfrica. Annica lo vivía como afrikáner, y aunque ya no era pareja de Lukanyo, seguían saliendo frecuentemente como amigos. Lukanyo tiene treinta y dos años y trabaja como periodista en un prestigioso despacho de prensa financiera. Es un tipo inteligente, ama la música culta, juega un poco al billar, le gusta la cerveza (“Windhoek, please”, la marca namibia), la derrota de los Pirates no le quitó el buen humor y se reía de los afrikáners ricos, “que no se dan cuenta de lo que tienen porque están muy ocupados quejándose de los negros”. Conmigo se movía a sus anchas, sin trabas. Me coló en fiestas de inmigrantes congoleses en Yeoville, a las que no es fácil entrar si eres blanco y menos fácil resulta aún salir, pero también me llevó a pubs del barrio cheto de Norwood, frecuentados sobre todo por afrikáners, ingleses y judíos, donde es rara la presencia de negros.

Si las cosas fuesen como hace quince años, Lukanyo no habría podido salir conmigo, frecuentar locales de blancos, entrar en las ciudades sin un pase de trabajo o asistir a la universidad. Tal vez podría haberle tocado la inmensa suerte de contarse entre el 1% de alumnos negros que Witwatersrand, la más progresista de las instituciones académicas, empezó a admitir cuando el apartheid se desmoronaba, pero en ninguna empresa blanca lo habrían fichado en un puesto de nivel medio. Por brillante que fuese Lukanyo y por humano que fuese su jefe, el sistema sólo le habría permitido postularse a posiciones bajas. ¿Qué decir del atrevimiento de tener una pareja blanca? Peor aún, ¡una mujer afrikáner! Todavía hoy, las parejas interraciales son objeto de agresiones por la calle, resultan inaceptables para las familias de los cónyuges, para los vecinos y para quienes no tienen nada que ver con ellos. Pero al menos ahora son legales. Antes las castigaban con cárcel.

La gran mayoría negra sigue careciendo de educación y oportunidades. Lamentablemente, la situación de Lukanyo es atípica. Se trata de un privilegiado, un tipo con talento y suerte que logró aprovechar las posibilidades que trajo consigo la democracia. Me dolía imaginar que encontrarse conmigo podría haber sido un problema para él, que podría no haber conocido a Annica, que en lugar de escribir habría podido acabar de portero en el edificio de un periódico, muriéndose de envidia (y ¿por qué no?, de resentimiento y odio) al observar el cotidiano trajín de los reporteros, siempre corriendo entre la noticia y la redacción. Su intercambio con ellos habría podido ser un: «¿Qué tal, sir? ¿Buena información?». Tal vez se habría hecho amigo de algún periodista progresista, pongámosle William, a quien preguntaría, exagerando el trato informal: «¿Cómo te fue, Billy? ¿Conseguiste una historia emocionante? ¡Bien por ti, compañero!».

LAS CONTRADICCIONES PELIGROSAS

La Universidad de Witwatersrand es la más importante del África subsahariana. Era 99% blanca bajo el apartheid, hoy en día la mayor parte de sus estudiantes son negros. Dos semanas antes de que yo llegara, en la clase de sociología del profesor Devan Pillay, una alumna recordaba los reclamos estudiantiles de la época de la lucha antirracista, cuando la comunidad universitaria se negaba a usar categorías raciales en clase. «Yo no veo la raza y me rehúso a ser forzada a verla». Varios de sus compañeros la acusaban, indignados, de hacer una maniobra de distracción para ocultar la vigencia de ciertos privilegios determinados por la raza; decían que la chica era una de esas personas que de la noche a la mañana se habían enamorado de un «no racialismo». Ella es blanca y sus críticos, negros, pensaban que les estaba negando el derecho a estar orgullosos de su negritud y beneficiarse del BEE.

«Estas contradicciones —me explicó Pillay— son la marca de Sudáfrica». Su alumna había recordado correctamente que la lucha por las libertades de los negros postulaba la desaparición de la discriminación por la raza, mientras que el BEE congeló estas divisiones. Pero el racismo persiste, aunque no a causa del BEE. Por aquellos días, me tocó ver esta escena: una blanca pagaba en la caja de una tienda. Un negro se le acercó para decirle algo en voz baja. El cajero, también negro, le preguntó al hombre, de mala manera, qué se le ofrecía con la dama, y le dijo que se alejara. La mujer se enojó y, con voz cortante, replicó: «¡Es mi marido!». El cajero no hallaba cómo disculparse: «¡Oh, lo siento, perdón!». El esposo atajó, para dar por concluido el asunto: «No importa, no importa». Con voz de resignación y cansancio, agregó: «Estoy acostumbrado». Este ejemplo le sirvió a Devan para explicar que, si bien atenuado, el racismo sigue siendo el de otros tiempos, los blancos están por encima de los negros. Las normativas que desfavorecen a los blancos a partir del establecimiento del BEE deben calificarse como discriminación, pero no como racismo, porque no se basan en una ideología supremacista negra que sostenga que los blancos son inferiores, sino en una política que los penaliza porque presume que todos ellos se beneficiaron de privilegios injustos durante el apartheid. En todo caso, el BEE no se ocupa de las causas de la pobreza, pues supone que todos los negros son trabajadores y todos los blancos son ricos. Si bien es cierto que la mayoría de los dueños del capital eran y siguen siendo blancos, gran parte de la gente blanca pertenece a las clases trabajadoras.

La solución, según Devan, no es “un capitalismo negro re-racializado” que no se ocupa de solventar el problema nacional, sino simplemente de cambiar la apariencia de la desigualdad. Muchos blancos y unos pocos negros serán ricos, pero el problema de la mayoría pobre multicolor seguirá igual, porque el conflicto fundamental continúan siendo la miseria y la desigualdad. «Ésta es la causa real de inestabilidad en todas las sociedades. La cuestión de la raza solamente la agudiza.» Su propuesta es que las políticas de acción afirmativa no se enfoquen sólo hacia los negros, sino hacia los sectores previa y actualmente desaventajados, sin importar el color de piel: «¡No me digas que Sexwale, Macozoma y demás magnates negros están en desventaja!». La gran mayoría de los pobres son negros y seguirían constituyendo el gran bloque de beneficiarios, pero los blancos no quedarían excluidos.