sábado, 7 de diciembre de 2013

"Lo que temo es que los libertadores se revelen a sí mismos como elitistas"




“La dictadura no es más que la hipertrofia de la opresión del sistema. Si derrocas la dictadura sin tocar el sistema, la opresión persiste”. (Estudiante de sociología chileno explicando el motivo de la lucha juvenil al movilero de la Televisión Nacional, en 2012)

No son pocos ni son cosa del pasado los movimientos políticos que se caracterizan por la destacada heroicidad de sus militantes y dirigentes, que protagonizan luchas muy desiguales, por lo general contra sistemas encarnizadamente opresivos, cuyo núcleo de gobierno dictatorial, fuerzas de represión, sicarios, torturadores y tenebrosas mazmorras son el blanco evidente contra el que ha de dirigirse la energía revolucionaria. En este enfrentamiento, cuando nadie duda acerca de cuál es el objetivo inmediato, tampoco el líder estará en duda: será es el más heroico, el más resuelto, el más templado, el mejor de nosotros. Los demás, sólo tenemos que ser capaces de seguirlo.

Cuando el gobierno dictatorial se debilita, porque los embates de la revolución han comenzado a agrietarlo y el derrumbe acecha, y porque comienza a perder la unanimidad de los que antes le permitieron encumbrarse, los dueños del sistema –normalmente más lúcidos que sus ocasionales representantes en la administración- tienden a parlamentar y a conceder. Plantean una negociación en la que ofrecen cambiar algunas, unas cuantas o todas las formas, siempre que no se toque el contenido. En este punto es donde la heroicidad, la resolución, el temple, se revelan menos valiosos que un programa político claro y certero. Todas las anteriores hazañas del líder y los dirigentes, toda la larga lucha del movimiento, pueden quedar opacadas según la elección que hagan ahora: si aceptan que el fin de la lucha es el cambio de las formas, o si persisten en la idea primigenia de revolucionar los contenidos. Para decirlo en argentino, si se dejan convencer de que “con la democracia se come, se cura y se educa”, o si prefieren garantizar la justicia antes que levantar las banderas de la paz y la concordia (banderas que antes el sistema despreciaba, pero que ahora agita como “el interés superior de todos”). 


La primera propuesta asegura el fin inmediato de la lucha, una apariencia de paz, los merecidos honores a los sacrificados dirigentes (¡incluso de parte de gentes de las que nunca los hubiesen esperado!), y el cambio de varias o de la mayoría de las formas más explícitas y ofensivas de la opresión. Posteriormente resurgirán los desgarrones bajo los parches pespunteados del armisticio, volverán a sentirse más agudos los dolores acallados, pero ya no estarán aquí los costureros y el pueblo deberá replantearse el mismo problema con otros líderes, otros movimientos. La segunda propuesta, en cambio, todo hay que decirlo, es más ardua: después de la lucha, que ha sido cruel y ha sido mucha, continuar en la búsqueda de la justicia será otra lucha, más larga, más profunda, más difícil, si cabe. Con la única ventaja de que estaremos “golpeando el fierro en caliente”, lo que por cierto no será poca cosa. Pero si el líder y el movimiento conceden a los verdugos la tregua que sólo piden cuando van perdiendo, si aceptan sus lisonjas y sus falsos arrepentimientos, si toman sin inventariar los jirones de poder que abandonan en la huida, tendremos que entender que todo volverá a empezar, de cero, sin ese líder ni ese movimiento, más tarde o más temprano. 


Algo así pasa en Sudáfrica, donde los paupérrimos asentamientos detrás del estadio de la final del mundial 2010 abarcan muchos kilómetros cuadrados, y donde la policía del gobierno negro masacra a 34 mineros negros para hacerles entender que en las minas de los boers y de los británicos no se hace huelga. Nelson Mandela murió el 5 de diciembre, y el pueblo sudafricano lo llorará como el querido líder de luchas ya pasadas. Pero los trabajadores, blancos y negros, desde hace tiempo están buscando otros líderes, otros movimientos, con los que continuar su larga jornada hacia la justicia.  


Lo que sigue son unas postales de la Sudáfrica post-apartheid, tomadas del relato del periodista mejicano Témoris Grecko, en su libro Asante África (2010)…     

JOHANESBURGO: LOS CUATRO FABULOSOS
Encontré una pensión en la zona de Melville, lo más parecido a un barrio bohemio de clase media en Johanesburgo. Está situado a media hora en taxi colectivo del centro de la ciudad, adonde fui acompañado por Antoine, un francés: mucho nos habían advertido de sus peligros. Pero el incidente más grave fue nuestro encuentro con un cómico callejero que humillaba a sus involuntarios comparsas para hacer reír a la multitud: dos blanquitos eran el objeto perfecto para el escarnio. Algunas manos trataron de retenernos, pero huimos a la carrera, sin preocuparnos por la dignidad.

Una vez a salvo del humor africano, echamos a andar tranquilos. Así nos dimos cuenta de que los grandes rascacielos están vacíos. Lejos están hoy las aseguradoras, los bancos, la bolsa de valores... sólo los organismos públicos y algunos periódicos permanecen ahí. Los reporteros dijeron que todos habían sufrido al menos un asalto en los alrededores. Al deambular por las calles —un hormiguero de gente que trafica con comida, camisetas o aparatos electrónicos en humildes puestos callejeros—, uno piensa que está en una ciudad cien por ciento negra: no se ve un solo blanco por la calle. En tiempos del apartheid era al revés: al caer la tarde ya no se permitía la presencia de negros.

Con Cheryl, la que había sido mi anfitriona en Centurión, fui al día siguiente a Sandton, el barrio a todo lujo adonde escaparon las empresas cuando el sistema de segregación fracasó. Sus elegantes avenidas han sido pensadas para coches grandes, las aceras son estrechas y están ocupadas por algunos trabajadores negros y muchos guardias acompañados de perros agresivos. En el centro comercial sí que se ve una ciudad racialmente diversa e integrada. En las cajas del súper, personas negras y blancas se alternan en la fila; en los salones de belleza, mujeres de todas las razas se aletargan para que les hagan peinados elaboradísimos; en el bar donde paramos a beber una cerveza de cinco dólares, jóvenes yuppies con el pelo engominado y coleta, unos rubios y otros morenos, discuten sobre ofertas públicas de adquisición y futuros del mercado de divisas.

A un lado del centro comercial hay una plaza que lleva el nombre de ese revolucionario que apenas hace dos décadas era señalado como amenaza comunista, Nelson Mandela. La rodean los rascacielos más novedosos de África, que albergan las mayores fortunas del continente y funcionan como base de operaciones de The Fab Four («Los Fabulosos Cuatro»), los nuevos tycoons o estrellas de los negocios, empresarios negros cuya fortuna conjunta supera los 1000 millones de dólares, distribuidos en acciones de grandes empresas mineras, aseguradoras, bancos, equipos de fútbol y carreras de coches.
Se trata de los beneficiarios del BEE (Black Economic Empowerment o «empoderamiento económico negro»), programa gubernamental destinado a forzar a los blancos a compartir el control del capital. La estrategia consiste en que las empresas incorporen personal negro y femenino en todos los niveles, desde los puestos más bajos hasta los cargos directivos, y que conviertan a estos empleados en copropietarios. Si una compañía quiere concursar en licitaciones estatales, debe formar parte del BEE y ganar cien puntos en el programa de acuerdo con la evaluación de una oficina pública dedicada a ello. Los detractores del BEE denuncian que las prioridades de asignación no obedecen a criterios de mejoramiento de una mayoría, sino a la creación de una cúpula negra (el 60% de los puntos corresponden a la dirección, la propiedad, las nuevas asociaciones y los contratos con otras empresas adscritas al BEE, mientras que sólo el 40% se otorga a la creación de nuevos empleos y la capacitación).

Tras despedirme finalmente de Cheryl, me enfrenté al problema de cómo regresar a mi pensión. No fue fácil encontrar un transporte, pero logré subirme a un taxi colectivo. Lucy Dlamini, una mujer zulú de unos cincuenta años que viajó junto a mí durante el trayecto, me contó con algo de cariño y bastante orgullo lo que había visto un día desde la ventana de su oficina. Se trataba de uno de los nuevos millonarios negros de Sandton: «¡Qué guapo se veía Macozoma, qué elegante, rodeado de blancos ricos! Y todavía me acuerdo de él cuando salió de la cárcel, el gobierno racista lo tenía preso». Saki Macozoma había sido el responsable de comunicaciones del Congreso Nacional Africano (CNA) cuando esta organización, que hoy detenta el poder, todavía era clandestina e incluso tenía un brazo armado, la guerrilla liderada por Tokyo Sexwale, otro superhombre de negocios. Ambos estuvieron en prisión con Mandela, y Sexwale es ahora un posible candidato presidencial, al igual que Cyril Ramaphosa, antiguo líder sindicalista y secretario general del CNA. Macozoma, Sexwale y Ramaphosa forman, junto con Patrice Motsepe, cuñado de un influyente ministro, el grupo llamado The Fab Four.

Varios pasajeros del taxi recordaban claramente los nombres y las actividades de Los Cuatro Fabulosos. Pasamos un buen rato juntos en aquel vehículo, porque el sistema de transporte público sudafricano es un caos diseñado hace décadas por los enemigos blancos de los usuarios negros, y el gobierno democrático no ha solventado el problema. Parecían acostumbrados y se mostraban, además, cordiales. Les parecía insólito que un blanco se apretara contra ellos. Si en la fiesta de Centurión yo era el moreno, en el colectivo me veían más bien pálido. A mi lado, la señora Dlamini se las arreglaba para espantar las arrugas de su traje sastre. Nunca ha reunido suficiente para comprarse un coche, pero se considera privilegiada por tener un empleo en un banco, desde donde había seguido la historia de los nuevos ricos negros: cuando el actual presidente, Thabo Mbeki, puso en marcha el BEE, la gente pensó que aquello significaría más y mejor trabajo para todos. Pero hubo poco de eso, y los otros pasajeros veían el programa como una operación de intercambio de influencia política por posiciones financieras. «Eso en tu país nunca lo permitirían», me dijo la amable señora sin la menor intención irónica. El vecino de la izquierda me tocó el brazo para enfatizar el punto con su aprobación. 

Para hacer negocios en Sudáfrica, una empresa tiene que formar parte del BEE. Las compañías más poderosas han buscado siempre a las mismas personalidades negras, les han dado acciones y las han incorporado en los puestos directivos. A cambio, han conseguido la aprobación del BEE y, por añadidura, han accedido a los primeros niveles de la administración pública y del CNA. Cuando llegamos a la parada del centro —enorme, desorganizado, sucio, peligroso—, la señora Dlamini me acompañó a buscar mi próximo transporte. Sólo había negros, «pero los líderes de este país no saben lo que es pasar por aquí todos los días», dijo la afable mujer, que para entonces ya parecía haberle perdido todo el cariño a Macozoma. Era un sitio techado, lleno de vehículos que no tienen que someterse a controles de contaminación y el esmog me estaba asfixiando. «Tú toses y ellos están cantando», me dijo. Miré alrededor, pero no veía a nadie que entonara melodías. «No son "Los Cuatro Fabulosos", son "las cuatro fábulas" del BEE, porque son cigarras que no dejan de cantar mientras las hormigas seguimos trabajando. Yo digo que el significado real de BEE es Black Élite Enrichment ("enriquecimiento de la élite negra")».

Lo que más le molestaba era que los multimillonarios negros no se preocupasen por la gente por la que lucharon en su juventud. Ese día en la prensa, Macozoma afirmaba que las críticas sólo provienen de los blancos y que, por eso, son «racistas»: «No apoyaría un sistema de libre empresa que tolerara la pobreza —decía la cita—, pero cinco o seis de nosotros repartidos por la economía podemos conseguir un cambio fundamental». Le mostré el diario a la señora Dlamini: «¿Qué pueden cambiar unos negros ricos que sólo quieren la vida de los blancos ricos? —replicó—. ¿Por qué Macozoma no explica cómo beneficiará su riqueza a los millones de negros pobres?».

Los números la respaldan. Los no blancos forman el 90% de la población, pero sólo el 4 % de las empresas que cotizan en Ia bolsa de valores está controlada por gente como ellos. El 27% se encuentra en manos extranjeras y el 69% pertenece a los blancos. Entre quienes ganan más de 60.000 dólares anuales, se cuentan unos 100.000 blancos y unos 5.000 negros. En los últimos años, 300.000 negros han alcanzado el rango medio de sueldos (de 13.000 a 23.000 dólares), pero eso le sirve de escaso consuelo a la mayoría negra: el desempleo llega al 42%.

Se había hecho tarde, no encontrábamos el transporte que yo debía tomar y a la señora Dlamini le urgía encontrar el suyo. El anochecer es mala noticia para quienes no tienen coche. Antes de irse, entre disculpas, Lucy me dijo que uno de los líderes más queridos de la lucha contra el apartheid había anticipado lo que pasaría con The Fab Four: «Lo que temo es que los libertadores se revelen a sí mismos como elitistas —declaraba Chris Hani en 1992, poco su antes de asesinato—, que conduzcan un Mercedes Benz y usen los recursos del país para vivir en palacios y acumular riqueza».

SOWETO: UN CASO ESPECIAL

Aunque los blancos juegan al rugby, la pasión de los negros sudafricanos es el fútbol. Sobre todo ahora que su país está organizando la Copa Mundial de 2010. Eso le añade emoción al torneo de la liga local, que se decidió en dos partidos simultáneos. Ganaba quien obtuviese más puntos, y Kaizer Chiefs y Orlando Pirates estaban empatados. Son los dos equipos más populares del país, ambos de Soweto. El vencedor de la copa sería quien mejor se desempeñase contra su rival de turno. Y a mí me invitaron a ver los encuentros en un pub del barrio sowelano de Pimville.

Había tenido suerte, estaba con Annica (suena como pizza), una blanca afrikáner, y su ex pareja, Lukanyo, un negro xhosa, con quienes había contactado a través de un blog que yo había abierto en la página del Mail&Guardian, un periódico local (fue así como conocí también a Cheryl). El público del bar estaba dividido y todos me pedían que escogiera un equipo. Como Lukanyo iba por los Pirates, yo me sumé. Mal asunto, porque ganaron los Chiefs y nos dedicaron un desafinado concierto de bubuzelas.

Soweto es la pieza fundamental de la Sudáfrica contemporánea, la llama de la conciencia negra, la chispa de una y muchas insurrecciones. Fue creado cuando los blancos decidieron que no querían tener a los negros en las ciudades. Echaron abajo sus casas y los obligaron a marcharse lejos. Pero no tanto que les resultara imposible ir a trabajar a las empresas de los blancos, que necesitaban aquella mano de obra superbarata. Así nacieron tantos pueblos satélites de las ciudades blancas, a las que los negros sólo podían entrar si tenían un pase. Situada a dieciocho kilómetros de Johanesburgo, Soweto ya es una ciudad de 3,5 millones de habitantes. Aunque en ochenta años se ha desarrollado una pequeña burguesía y existe un barrio de ricos, cientos de miles de personas siguen hacinadas en viviendas de cartón en barrios marginales. Soweto ha sido en otra época epicentro de los movimientos opositores y escenario de revueltas, como la de 1976, protagonizada por estudiantes de secundaria que se oponían a que les quitaran el inglés y les impusieran el afrikaans como idioma de enseñanza. La represión dejó mucha sangre y una foto para la historia universal: Héctor Pieterson, de trece años, asesinado a tiros por la policía, es trasladado por sus hermanos.

En aquel momento, ingleses y afrikáners de la Universidad del Witwatersrand, de Johanesburgo, se manifestaron en solidaridad con Soweto. Eran pocos, unos doscientos, y antes de que llegara la policía a romperles las narices a porrazos —contra ellos no hubo balas—, los transeúntes los acribillaron con huevos y tomates. Los jóvenes manifestantes intentaban llamar la atención sobre una cuestión en especial: «El problema es el sistema, no el idioma», rezaba uno de los carteles. Pero el sistema del apartheid hizo del idioma afrikaans su instrumento, y por eso la oposición convirtió el inglés en la lengua de la libertad, aunque no fuese una lengua africana.

Antes del partido, había ido con Annica al museo erigido en el sitio donde murió Héctor Pieterson. Habíamos mirado las fotos de aquellos adolescentes que se manifestaban con carteles en donde se leía «el afrikaans debe ser abolido». Los textos de la sala contaban cómo el gobierno había querido obligarlos a aprender de un día para otro ese extraño idioma, en el que debían recibir todas las lecciones. Escuché un sollozo a mi lado: Annica se cubría nariz y boca con las dos manos. Adora el afrikaans, su lengua materna, pero tiene que tragarse lo que se hizo con él. Y a diferencia de miles de blancos que nunca han ido a Soweto ni se imaginan cómo se vive allí, para ella no era la primera visita al museo ni resultaba novedad lo que mirábamos y leíamos. Sin embargo, cada visita era una nueva confrontación con la misma historia.

Lo anterior es cosa de todos los días en Sudáfrica. Annica lo vivía como afrikáner, y aunque ya no era pareja de Lukanyo, seguían saliendo frecuentemente como amigos. Lukanyo tiene treinta y dos años y trabaja como periodista en un prestigioso despacho de prensa financiera. Es un tipo inteligente, ama la música culta, juega un poco al billar, le gusta la cerveza (“Windhoek, please”, la marca namibia), la derrota de los Pirates no le quitó el buen humor y se reía de los afrikáners ricos, “que no se dan cuenta de lo que tienen porque están muy ocupados quejándose de los negros”. Conmigo se movía a sus anchas, sin trabas. Me coló en fiestas de inmigrantes congoleses en Yeoville, a las que no es fácil entrar si eres blanco y menos fácil resulta aún salir, pero también me llevó a pubs del barrio cheto de Norwood, frecuentados sobre todo por afrikáners, ingleses y judíos, donde es rara la presencia de negros.

Si las cosas fuesen como hace quince años, Lukanyo no habría podido salir conmigo, frecuentar locales de blancos, entrar en las ciudades sin un pase de trabajo o asistir a la universidad. Tal vez podría haberle tocado la inmensa suerte de contarse entre el 1% de alumnos negros que Witwatersrand, la más progresista de las instituciones académicas, empezó a admitir cuando el apartheid se desmoronaba, pero en ninguna empresa blanca lo habrían fichado en un puesto de nivel medio. Por brillante que fuese Lukanyo y por humano que fuese su jefe, el sistema sólo le habría permitido postularse a posiciones bajas. ¿Qué decir del atrevimiento de tener una pareja blanca? Peor aún, ¡una mujer afrikáner! Todavía hoy, las parejas interraciales son objeto de agresiones por la calle, resultan inaceptables para las familias de los cónyuges, para los vecinos y para quienes no tienen nada que ver con ellos. Pero al menos ahora son legales. Antes las castigaban con cárcel.

La gran mayoría negra sigue careciendo de educación y oportunidades. Lamentablemente, la situación de Lukanyo es atípica. Se trata de un privilegiado, un tipo con talento y suerte que logró aprovechar las posibilidades que trajo consigo la democracia. Me dolía imaginar que encontrarse conmigo podría haber sido un problema para él, que podría no haber conocido a Annica, que en lugar de escribir habría podido acabar de portero en el edificio de un periódico, muriéndose de envidia (y ¿por qué no?, de resentimiento y odio) al observar el cotidiano trajín de los reporteros, siempre corriendo entre la noticia y la redacción. Su intercambio con ellos habría podido ser un: «¿Qué tal, sir? ¿Buena información?». Tal vez se habría hecho amigo de algún periodista progresista, pongámosle William, a quien preguntaría, exagerando el trato informal: «¿Cómo te fue, Billy? ¿Conseguiste una historia emocionante? ¡Bien por ti, compañero!».

LAS CONTRADICCIONES PELIGROSAS

La Universidad de Witwatersrand es la más importante del África subsahariana. Era 99% blanca bajo el apartheid, hoy en día la mayor parte de sus estudiantes son negros. Dos semanas antes de que yo llegara, en la clase de sociología del profesor Devan Pillay, una alumna recordaba los reclamos estudiantiles de la época de la lucha antirracista, cuando la comunidad universitaria se negaba a usar categorías raciales en clase. «Yo no veo la raza y me rehúso a ser forzada a verla». Varios de sus compañeros la acusaban, indignados, de hacer una maniobra de distracción para ocultar la vigencia de ciertos privilegios determinados por la raza; decían que la chica era una de esas personas que de la noche a la mañana se habían enamorado de un «no racialismo». Ella es blanca y sus críticos, negros, pensaban que les estaba negando el derecho a estar orgullosos de su negritud y beneficiarse del BEE.

«Estas contradicciones —me explicó Pillay— son la marca de Sudáfrica». Su alumna había recordado correctamente que la lucha por las libertades de los negros postulaba la desaparición de la discriminación por la raza, mientras que el BEE congeló estas divisiones. Pero el racismo persiste, aunque no a causa del BEE. Por aquellos días, me tocó ver esta escena: una blanca pagaba en la caja de una tienda. Un negro se le acercó para decirle algo en voz baja. El cajero, también negro, le preguntó al hombre, de mala manera, qué se le ofrecía con la dama, y le dijo que se alejara. La mujer se enojó y, con voz cortante, replicó: «¡Es mi marido!». El cajero no hallaba cómo disculparse: «¡Oh, lo siento, perdón!». El esposo atajó, para dar por concluido el asunto: «No importa, no importa». Con voz de resignación y cansancio, agregó: «Estoy acostumbrado». Este ejemplo le sirvió a Devan para explicar que, si bien atenuado, el racismo sigue siendo el de otros tiempos, los blancos están por encima de los negros. Las normativas que desfavorecen a los blancos a partir del establecimiento del BEE deben calificarse como discriminación, pero no como racismo, porque no se basan en una ideología supremacista negra que sostenga que los blancos son inferiores, sino en una política que los penaliza porque presume que todos ellos se beneficiaron de privilegios injustos durante el apartheid. En todo caso, el BEE no se ocupa de las causas de la pobreza, pues supone que todos los negros son trabajadores y todos los blancos son ricos. Si bien es cierto que la mayoría de los dueños del capital eran y siguen siendo blancos, gran parte de la gente blanca pertenece a las clases trabajadoras.

La solución, según Devan, no es “un capitalismo negro re-racializado” que no se ocupa de solventar el problema nacional, sino simplemente de cambiar la apariencia de la desigualdad. Muchos blancos y unos pocos negros serán ricos, pero el problema de la mayoría pobre multicolor seguirá igual, porque el conflicto fundamental continúan siendo la miseria y la desigualdad. «Ésta es la causa real de inestabilidad en todas las sociedades. La cuestión de la raza solamente la agudiza.» Su propuesta es que las políticas de acción afirmativa no se enfoquen sólo hacia los negros, sino hacia los sectores previa y actualmente desaventajados, sin importar el color de piel: «¡No me digas que Sexwale, Macozoma y demás magnates negros están en desventaja!». La gran mayoría de los pobres son negros y seguirían constituyendo el gran bloque de beneficiarios, pero los blancos no quedarían excluidos.

viernes, 8 de noviembre de 2013

"Esclavo de los poderes ciegos de su propia economía”

Era el año 1932, y se cumplían 15 años de la Revolución Rusa. León Trotsky, desterrado por la burocracia stalinista, da una conferencia a solicitud de los estudiantes de la universidad de Copenhague, en la que explica la génesis, el desarrollo y el significado histórico de la Revolución de Octubre. Al final de la exposición, ese hombre expulsado de su país y perseguido, al que todos los gobiernos europeos le negaban el derecho de asilo, privado del sitial que le correspondía en el estado obrero y viendo cómo su obra era demolida piedra a piedra por los bárbaros, pinta en media docena de párrafos el espíritu humanista que guiaba su acción y su pensamiento. La pena de la dura derrota no le impide reafirmar el alcance universal de su propósito:       



Foto: amqr

“El capitalismo como sistema mundial se sobrevive históricamente. Ha terminado de cumplir su misión esencial: la elevación del nivel del poder y de la riqueza humanos. La Humanidad no puede estancarse en el peldaño alcanzado. Sólo un poderoso empuje de las fuerzas productivas y una organización justa, planificada, es decir, socialista, de producción y distribución, puede asegurar a los hombres —a todos los hombres— un nivel de vida digno y conferirles al mismo tiempo el sentimiento inefable de la libertad frente a su propia economía. De la libertad en dos órdenes de relaciones; primeramente, el hombre no se verá ya obligado a consagrar su vida entera al trabajo físico. En segundo lugar, ya no dependerá de las leyes del mercado, es decir, de las fuerzas ciegas y oscuras que obran fuera de su voluntad.

“El hombre edificará libremente su economía, esto es, con arreglo a un plan, compás en mano. Ahora se trata de radiografiar la anatomía de la sociedad, de descubrir todos sus secretos y de someter todas sus
funciones a la razón y a la voluntad del hombre colectivo. En este sentido, el socialismo entraña una nueva etapa en el crecimiento histórico de la Humanidad. A nuestro antepasado, armado por primera
vez de un hacha de piedra, toda la naturaleza se le presenta como una conjuración de un poder misterioso y hostil. Más tarde, las ciencias naturales, en estrecha colaboración con la tecnología práctica,
iluminaron la naturaleza hasta en sus más profundas oscuridades. Por medio de la energía eléctrica, el físico elabora su juicio sobre el núcleo atómico. No está lejos la hora en que —como en un juego— la
ciencia resolverá la quimera de la alquimia, transformando el estiércol en oro y el oro en estiércol. Allá donde los demonios y las furias de la naturaleza se desataban, reina ahora, cada vez con más energía, la voluntad industriosa del hombre.

“Pero en tanto que el hombre lucha victoriosamente con la naturaleza, edificará a ciegas sus relaciones con los demás, casi al igual que las abejas y las hormigas. Con retraso y por demás indeciso, se encara con los problemas de la sociedad humana. Empezó por la religión, para pasar después a la política. La Reforma trajo el primer éxito del individualismo y del racionalismo burgués en un dominio donde venía
imperando una tradición muerta. El pensamiento crítico pasó de la Iglesia al Estado. Nacida en la lucha contra el absolutismo y las condiciones medievales, la doctrina de la soberanía popular y de los
derechos del hombre y del ciudadano se amplía y robustece. Así se formó el sistema del parlamentarismo. El pensamiento crítico penetró en el dominio de la administración del Estado. El racionalismo político de la democracia significó la más alta conquista de la burguesía revolucionaria.

“Pero entre la naturaleza y el Estado se interpone la economía. La técnica ha libertado al hombre de la tiranía de los viejos elementos: la tierra, el agua, el fuego y el aire para someterle, acto seguido, a
su propia tiranía. La actual crisis mundial testimonia, de una manera particularmente trágica, cómo este dominador altivo y audaz de la naturaleza permanece siendo el esclavo de los poderes ciegos de su
propia economía. La tarea histórica de nuestra época consiste en sustituir el juego anárquico del mercado por un plan razonable, en disciplinar las fuerzas productivas, en obligarlas a obrar en armonía,
sirviendo dócilmente a las necesidades del hombre. Solamente sobre esta nueva base social el hombre podrá enderezar su espalda fatigada, y no ya sólo los elegidos, sino todos y todas, llegar a ser ciudadanos
con plenos poderes en el dominio del pensamiento. Sin embargo, esto no es todavía la meta del camino. No, esto no es más que el principio. El hombre se considera el coronamiento de la creación. Tiene para ello, sí, ciertos derechos. ¿Pero quién se atreve a afirmar que el hombre actual sea el último representante, el más elevado de la especie homo sapiens? No, físicamente, como espiritualmente, está todavía muy lejos de la perfección este aborto biológico, de pensamiento enfermizo y que no se ha creado ningún nuevo equilibrio orgánico.

“Verdad es que la Humanidad ha producido más de una vez gigantes del pensamiento y de la acción que sobrepasaban a sus contemporáneos como cumbres en una cadena de montañas. El género humano tiene perfecto derecho a estar orgulloso de sus Aristóteles, Shakespeare, Darwin, Beethoven, Goethe, Marx, Edison, Lenin. ¿Pero por qué estos hombres son tan escasos? Ante todo, porque han salido, casi sin excepción, de las clases elevadas y medias. Salvo raras excepciones, los destellos del genio quedan ahogados en las entrañas oprimidas del pueblo, antes de tener la posibilidad de brotar. Pero también porque el proceso de generación, de desarrollo y de educación del hombre permaneció y permanece siendo en su esencia obra del azar, no elaborado por la teoría y la práctica, no sometido a la conciencia y a la voluntad.

“La antropología, la biología, la fisiología, la psicología, han reunido verdaderas montañas de materiales para erigir ante el hombre, en toda su amplitud, las tareas de su propio perfeccionamiento corporal y espiritual y de su desarrollo ulterior. Por la mano genial de Sigmund Freud, el psicoanálisis levantó la tapadera del pozo que, poéticamente, se llama el "alma" del hombre. ¿Y qué nos ha revelado? Nuestro pensamiento consciente no constituye más que una pequeña parte en el trabajo de las oscuras fuerzas psíquicas. Buzos sabios descienden al fondo del océano y fotografían la fauna misteriosa de las aguas. Para que el pensamiento humano descienda al fondo de su propio océano psíquico debe iluminar las fuerzas motrices misteriosas del alma y someterlas a la razón y a la voluntad. Cuando haya terminado con las fuerzas anárquicas de su propia sociedad, el hombre se integrará en los morteros, en las retortas del químico. Por primera vez, la Humanidad se considerará a sí misma como una materia prima y, en el mejor de los casos, como una semifabricación física y psíquica. El socialismo significará un salto del reino de la necesidad al reino de la libertad, en el sentido de que el hombre de hoy, plagado de
contradicciones y sin armonía, franqueará la vía hacia una nueva especie más feliz”.

sábado, 28 de septiembre de 2013

La vuelta del(a) payador(a)

Está clarísimo que el hip hop es en el siglo xxi lo que la payada y otros géneros caracterizados por la improvisación y la rima fueron en siglos anteriores. Está clarísmo que la necesidad de expresar el dolor y la rebelión que provoca el sistema, sea como queja, reclamo o exigencia, no está bien abastecida por las formas musicales más tradicionales. Está clarísimo que el piberío pobre, primero excluido y luego condenado a persecución y muerte por los gerentes del capital, no tiene otro vocero más fiel. En este caso una vocera, Alika, una de las fundadoras de Actitud María Marta, ahora con su grupo Nueva Alianza:



Ningún pibe nace chorro y te lo voy a explicar
la niñez está en peligro la tenemos que salvar
no en la calle, en la escuela se tienen que quedar
si no hay padres que los cuiden necesitan un hogar
al policía corrupto no le importa matar
los jueces por billetes se pueden comprar
con la droga y la violencia les gusta traficar
nos trajeron el problema y nos quieren encerrar.

No tener un futuro, eso es la inseguridad
y es un grave problema... ¿te lo pusiste a pensar?
o solamente repetías todo lo que escuchabas
¿y tus propias decisiones? ¿cuándo las tomabas?
La radio y televisión siempre conectada...
¿quiénes son los dueños de la antena que hipnotizaba?
¿quiénes son los dueños de la fábrica de balas?
¿quiénes necesitan muerte para que haya paga?

Conozco gente que hace escuelas
gente solidaria que fue así toda su vida
una sociedad humana y más justa es la salida
y conozco gente que pide mas policía
muchas cárceles privadas van a edificar
y ahí te quieren ver metido para poder lucrar
con la muerte y la ignorancia les gusta traficar
nos trajeron el problema y nos quieren encerrar
.

Qué te hacés el que hablás de progreso
si querés meter a los menores presos
brindarle ayuda al barrio no te interesa
muchos patrulleros, nada en la cabeza.


viernes, 7 de junio de 2013

"Si el ejemplo no es algo que se va definitivamente con la materia..."

Dante Panzeri, el implacable, hace un alto en su eterna batalla contra molinos y gigantes para homenajear a un mártir del deporte y de la vida, y con él al querido pueblo uruguayo...


EL CENTROJÁS SE SUICIDÓ AL AMANECER - (LA HISTORIA DE ABDÓN PORTE)

No fue un hecho sensiblero, y tampoco fue usado, jamás, para explotaciones comerciales como las hechas con la muerte de Gardel o intentadas con la muerte de Julio Sosa. El suicidio de Abdón Porte fue sobrio, respetuosamente tratado y archivado, en aquel momento. Nunca se hicieron guitarreadas en torno de su muerte, seguramente demencial pero no por eso carente de las grandes resonancias sentimentales y filosóficas que dejó su determinación asombrosa para todas las épocas.

De Abdón Porte no se ocuparon los comerciantes de la cursilería, sino el escritor Horacio Quiroga, que por entonces ya residía en su casa argentina de Misiones, consagrado a escribir sobre la selva y el río. La revista "Atlántida", de mayo de 1918, el mensuario argentino de mayor jerarquía de la época, le pidió a Horacio Quiroga que se ocupara del suicidio de Porte, y Quiroga lo hizo diciendo "... lo que llevaban a pulso por espacio de una legua, era el cadáver de una criatura fulminada por la gloria, para sufrir lo cual es menester haber sufrido mucho tras su conquista. Nada, menos que la gloria, es gratuito. Y si se la obtiene así, se paga fatalmente con el ridículo, o con un revólver sobre el corazón".

Es el caso-récord mundial de amor a una divisa deportiva. Abdón Porte, centre half de Nacional de Montevideo, desde 1911 a 1917, también de las selecciones uruguayas, se suicidó con un balazo en el corazón en su puesto de la cancha del Parque Central, en el amanecer del día 5 de marzo de 1918... ¡porque lo iban a excluir del equipo y su vida ya no tenía sentido si no podía servir a Nacional! Allí la "garra celeste", periodísticamente proclamada recién en 1935, en Lima.

El heroico y mundialmente único fútbol uruguayo está poblado de leyendas hechas realidad. Tiene los cuatro títulos mundiales. Tiene el primer canto del poeta al héroe del estadio futbolístico ("Polirrítmico dinámico a Gradín", del peruano Parra del Riego, por Berta Singerman). Tiene conseguido a patadas que el mundo incluyera al Uruguay en los mapas. ¿Qué cosa admirable o inverosímil no pasa por el fútbol uruguayo? También registra este caso realmente estremecedor.

El perro del canchero de Nacional lo localizó muerto a Abdón Porte. Fue a buscar a su amo, y lo llevó hacia el sitio del centrojás elegido por el suicida. La decisión estaba acompañada por una carta. Pedía que se lo sepultara junto a a sus ex compañeros de club, los hermanos Bolívar y Carlos Céspedes, otros dos próceres tricolores, muertos por una epidemia con muchas víctimas fatales en el Uruguay. La solicitud fue inmediatamente complacida. El fútbol uruguayo fue siempre buen custodio de este tipo de valores sentimentales. Todo lo emotivo es atesorado por ellos como riqueza nacional espiritual.

Originariamente, Porte había jugado para Colón y Libertad. Se incorporó a Nacional en 1911, debutando contra Dublín en el puesto de zaguero derecho. Desde el siguiente año, sería el centre half titular, con asombrosa constancia, durante seis años ininterrumpidos. Aún se lo ve integrando el primer equipo tricolor en un amistoso del 3 de marzo de 1918, primer partido del año, que Nacional gana 5-1 a Charley. Dos días después, Porte se suicidaba.

Dos teorías discutieron su decisión: la de que estaba mentalmente enfermo; y la de que no resistía moralmente su inminente exclusión del equipo, en el que ya se pedía la titularidad de otro grande del fútbol uruguayo, Alfredo Zibechi.

Los discursos de su sepelio tuvieron pasajes propios del fútbol heroico que había representado este "Indio" también llamado "El Canario", jugador eminentemente fuerte, pujante, luchador, con poco juego y enorme laboriosidad. Uno de ellos concluía diciendo: "Camarada: sobre tu tumba depositamos tus compañeros una rama de olivo que ciña eternamente tu frente de vencedor, y del jardín de nuestra vida escogeremos para ti las mejores margaritas a fin de que te lleven con su aroma el recuerdo inolvidable de tus compañeros. Descansa en paz".

Luis Scapinachis, ex futbolista, amigo de Porte, dice en su libro "Gambeteando frente al gol" (Montevideo, 1964): "'El Canario' quería a Nacional con pasión. Soñaba con el cuadro pujante de los Céspedes, dándole todos sus bríos, sus entusiasmos, y por último, su vida, suicidándose en el medio del field del Parque Central. ¿Por qué se mató? Porque anidaba en su corazón, y en todo su ser, el deseo de vestir siempre la tricolor, y cuando empezaron a flaquearle las piernas cargadas de victorias, ante la cruel perspectiva de ser eliminado del conjunto, optó por eliminarse".

Sea consentida una metáfora dentro de lo inédito del episodio: de gestos como este, el fútbol uruguayo está lleno, pese a que en su historia solamente hubo un único Abdón Porte suicida por verse fuera del puesto de su obsesión por el fútbol. Y digo que está lleno, porque el fútbol uruguayo se hizo grande con ese tipo de interpretación del fútbol como hecho condicionante de la vida. Uno de los comentarios periodísticos que acompañó a Porte en su partida decía: "Si el ejemplo, si la enseñanza, si el sacrificio, no es algo que se va definitivamente con la materia, es entonces la hora de decir que Porte deja una escuela de principios...". Realmente cierto. Aquel acto de locura, acaso de enfermo digno de lástima, era el efecto de unos principios por los que no parece sensato morir ni jamás se reclamó la ofrenda de ninguna vida, pero que encontraron en ese "Indio" fuerte, alto, quizá mentalmente muy limitado, un intérprete del más alto nivel emocional, que como tal dejaba efectivamente aquella lección. Y no tanto para el fútbol, cuanto para otros menesteres más importantes de la vida. La lección, desde luego, ni apuntaba a la apología del suicidio, que afortunadamente no tuvo hasta ahora imitadores dentro del nivel de Abdón Porte. Pero sí apuntaba a lo que los uruguayos cubrieron históricamente con mil demostraciones diferentes, heroicas todas, demostrativas de que la lección de Porte les había llegado muy fuerte, tratándose de lo que se dio en llamar el amor a la camiseta. Que no es otra cosa que el amor a la dignidad. Y Abdón Porte la tuvo en el más alto nivel que podía ofrendar su desesperación en medio de su limitado alcance intelectual.

No hay país más grande que el Uruguay que haya hecho, en fútbol, lo que los uruguayos hicieron siendo los más chicos, y por eso mismo, los más grandes. Es que todo lo superlativo del fútbol uruguayo, tuvo grandeza por la inmensa cuota sentimental que hizo siempre mayores a sus grandezas, sus leyendas hechas realidades. La conciencia de ser chicos, de ser pocos, de ser pobres se transmitió tan fuertemente de unos a otros en ese pueblo, que obró como un factor más determinante del matiz heroico que siempre alcanzaron su hazañas en fútbol, que así se hizo un preceptor de la misma vida uruguaya. Se hicieron fuertes por ser chicos, pocos y pobres. Y al fútbol encararon como un dogma de la disciplina social para enfrentar a la adversidad. Y ciertamente que el fútbol sirvió a esa consigna. En él tomaron aliento los uruguayos para soportar la obligada humildad de su vida diaria.

Como argentino, confieso mi gran admiración por ellos. Siempre les envidié que nosotros, justamente por ser territorialmente grandes, materialmente ricos, y demográficamente muchos en relación con ellos, no hayamos sabido encarar los años fáciles con aquella filosofía de humildad que hace doblemente sabrosas a las conquistas de lo que impone lucha y sacrificios. Los uruguayos tienen desde 1918 el único caso en el mundo de un jugador de fútbol que se ¡suicida en su sitio habitual en el campo de juego...! ¡Porque lo van a sacar del equipo al iniciarse su decadencia! Y de aquel gesto, los uruguayos tomaron un modelo de dignidad.

Esos gestos no se organizan. Ni servirían si se hicieran con cálculos de repercusión en los demás. Esos gestos valen cuando se producen con la espontaneidad, el anticálculo, y la plena sinceridad de las cosas emotivas que llenan nuestras vidas. Es recién allí que ese tipo de héroes pasa a ser monitor de conductas colectivas, de sentidos filosóficos y éticos de la vida, como los uruguayos acreditaron ante todo el mundo pateando una pelota de fútbol, con la que realmente ¡a patadas! entraron en la geografía universal. Como que en 1924, en París, debieron fingir que hacían acto de respeto ante su himno mientras los franceses hacían escuchar una marchinha brasileña que creyeron era la canción patria de Uruguay... cuya bandera izaron al revés porque tampoco la conocían (el sol estaba para abajo...).
Todo eso no los hizo sentir desafiados como machos. Los hizo sentir desafiados como pequeños, como pobres, como humildes. Y allí fue que aprendieron a desafiar esa realidad jugando al fútbol, pateando un cuero o al grito de una dignidad rebelde como aquella de:

¡Arriba, muchachos, que a estos crudos los tenemos cocinados!
O aquel otro de....
¡Vamos a ganar porque tenemos que ganar!

A esos gritos nunca los dicta la plata, sino la dignidad. Puede parecer tangolería. Puede que lo sea. Pero a ese pueblo todo eso le hizo bien. No lo hizo chabacano. Lo hizo luchador, sufrido, dignamente humilde. Y entonces sus alegrías tuvieron sobradas razones para multiplicar el alcance y el sabor de la felicidad. Porque los manjares que se disfrutan espaciadamente siempre tienen mucho mejor sabor que aquel manjar que los ricos comen todos los días. Valoriza mucho más las pocas cosas dulces de la vida, el pobre que el rico. "La miseria migliora al poppolo", dijo Benedetto Croce (y el fútbol profesional lo prostituye, digo yo).

Carlos Manini Ríos, hijo de un diplomático, narra su recuerdo infantil del primer título mundial de los uruguayos en 1924, y describe a su padre, ministro de Relaciones Exteriores del Uruguay, en aquel día inolvidable, escuchando los parlantes callejeros que emitían telegramas de París, de esta manera:
"El Ministro también estaba en suspenso mientras redactaba un borrador con su escritura fuerte y abierta, en letras que se desdoblaban porque la presión de la mano abría la punta de la pluma. Escuchó a Corney (el relator Liberto Corney) gritando ¡goooooollll...! ¡goollllllll!, ¡goooolllll! en el mismo momento que don Fermín Carlos de Yéreguy entraba a su despacho con una carpeta en la manos.

— ¡Rasquetita! —le gritó el Ministro al asombrado Introductor de Embajadores, que no atinaba a comprender aquella entusiasta explosión.
— ¡Rasquetita!... ¡Gol de Rasquetita!... —insistía el Ministro.
— ¿Quién es Rasquetita, señor Ministro?
— ¡Si no sabe quién es Rasquetita, retírese del despacho!
En el estrecho corredor, el espantado Yéreguy tropezó con el entusiasta elenco de colaboradores del Ministro, que venía a congratularse, y exclamó:
— Están todos locos. Esto no tiene ni pies ni cabeza. Trastornar a Relaciones Exteriores por un asunto de patadas a una pelota...

Cuando minutos después se supo que aquel gol de Rasquetita (Héctor Scarone, hermano de Carlos, El Rasqueta) había sido de penal, el Ministro se sintió un poco defraudado, porque no le gustaban del todo los goles de penal, aunque fueran bien cobrados. Le gustaban los goles de cancha, y especialmente los de habilidad y colocación, más que los de feroz pelotazo..."

La nacionalidad uruguaya se plasmó, durante muchos años, sobre todo cuando no se hablaba de dinero, con un fútbol así interpretado, tanto por un desgraciado Abdón Porte como por un ilustrado Ministro de Relaciones Exteriores. Cada cual a su manera, los dos de una misma manera: con la dignidad por delante. La dignidad de chicos, de pobres. Nosotros no tuvimos el mismo aporte de nuestros ídolos de los estadios.

Texto de Dante Panzeri
publicado en El Ratón de Occidente de septiembre de 1976, 
recopilado por Matías Bauzo en Dirigentes, decencia y wines

viernes, 24 de mayo de 2013

El venerado Castro Alves

Roberto Arlt, resistiéndose tercamente. Si quieren que actúe como el dueño del diario piensa que debe comportarse un periodista, deberán llevarme con la fuerza pública...




¿Para qué? - (Miércoles 9 de Abril de 1930)

Me escribe un amigo del diario: "Estoy extrañado de que no haya visitado en el Uruguay, ni dé señales de hacerlo allí, en el Brasil, a los intelectuales y escritores. ¿Qué le pasa?".

En realidad

En realidad no me pasa nada; pero yo no he salido a recorrer estos países para conocer gente de que un modo u otro se empeñarán en demostrarme que sus colegas son unos burros y ellos unos genios. ¡Los intelectuales!. Le voy a dar un ejemplo. En un diario de Buenos Aires, número atrasado, traspapelado en la redacción de un periódico de Río, leo un poema de una poetisa argentina sobre Río de Janeiro. Lo leo y me dan tentaciones de escribirle a esta distinguida dama:
-¿Dígame, señora, por qué en vez de escribir no se dedica a la conspicua labor de la calceta?
En Montevideo conversaba con un escritor chileno. Me contaba anécdotas. Las anécdotas atrapan a los intelectuales de allí. A esta escritora un pintor chileno le mandó un magnífico cuadro y ella, en una fiesta que se daba en su homenaje, recoge unas violetas y le dice a mi amigo_
-Oiga, Fulano, envíele estas flores a X...
O estaba trastornada o no se daba cuenta en su inmensa vanidad de que no se envían unas violetas a un señor que la ha obsequiado de esta forma, a una distancia suficiente para permitir que cuando lleguen las flores estén harto marchitas.
Además que la vida de los intelectuales, ¿a quién le interesan los escritores? Uno se sabe de memoria lo que le dirían: elogios convencionales sobre Fulano y Mengano. 
Llega a tal extremo el convencionalismo periodístico que los voy a hacer reír con lo que sigue. Al llegar a Río me entrevistaron redactores de distintos periódicos. En el Diario de la Noite se publicó un reportaje que me hicieron y entre muchas cosas que dije, me hicieron decir cosas que nunca pensé. Allá va el ejemplo: que mi director me invitó a "hacer una visita a patria do venerado Castro Alves".
Cuando yo leí que mi director me había invitado a realizar una visita a la patria del venerado Castro Alves me quedé frío. Yo no sé quién es Castro Alves. Ignoro si merece ser venerado o no, pues lo que conozco de él (no conozco absolutamente nada) no me permite establecerlo.
Sin embargo, los habitantes de Río, el leer el reportaje, habrán dicho:
-He aquí que los argentinos conocen la fama y la gloria de Castro Alves. He aquí un periodista porteño que, conturbado por la grandeza de Castro Alves, lo llama ,emocionado, "venerado Castro Alves". Y Castro Alves me es menos conocido que los cien mil García de la guía telefónica.
Yo ignoro en absoluto qué es lo que ha hecho y lo que dejó de hacer Su Exelencia Castro Alves. No me interesa. Pero la frase quedaba bien y el redactor la colocó. Y yo he quedado de perlas con los cariocas.
¿Se da cuenta, amigo, lo que se macanea periodísticamente?
Imagínese ahora usted las mulas que trataría de pasarme cualquier literato. Así como a mi me hicieron decir que Castro Alves era venerable, él, a su vez, diría que el "dotor" merece ser canonizado, o que Lugones es el humanista y psicólogo más profundo de los cuatro continentes...

No interesan...

No pasa mes casi sin que de Buenos Aires salgan tres escolares en aventura periodística y lo primero que hacen, cuando llegan a cualquier país, es entrevistar a escritores que a nadie interesan.
¿Por qué voy a ir yo a quitarles el trabajo a esos muchachos? No. Por qué voy a ir a sustraerles mercadería a los cien periodistas sudamericanos por cuenta de sus diarios para saber qué piensa Mengano o Fulano de nuestro país. De memoria sé lo que ocurriría. Y, de ir a verlos, tendré que decir que son unos genios y ellos, a su vez, dirán que tengo un talento brutal. Y el asunto queda así arreglado de conversación: "He entrevistado al genial novelista X". Ellos: "Nos ha visitado el despampanante periodista argentino...".
Todo son macanas.
Cada vez me convenzo más que la única forma de conocer un país, aunque sea un cachito, es conviviendo con sus habitantes; pero no como escritor, sino como si uno fuera tendero, empleado o cualquier cosa. Vivir...vivir por completo al margen de la literatura y los literatos.
Cuando al comienzo de esta nota me refería al poema de la dama argentina, es porque esa señora había visto de Río lo que ve un malísimo literaro. Una montañita y nada más. Un buen mono parado en una esquina. ¿No es el colmo de los colmos esto? Y así son todos. Las consecuencias de dicha actitud es que el público lector no termina de enterarse del país, ni de qué forma vive la gente mencionada en los artículos. Y tanto, y tanto, que el otro día, en otro diario nuestro leía un reportaje hecho por un escritor argentino a un general, no sé si de Río Grande o de dónde. Hablaba de política, de internacionalismo de qué se yo. Terminé de leer el chorizo y me dije: "¿Qué sesos tendrá el secretario de Redacción de este diario que no ha mandado al canasto semejante catarata de palabrerío? ¿Qué diablos le importa al público porteño lo que opina un general de cualquier país sobre el Plan Young o sobe cualquier otra mentira más o menos secante?".
Lo que había ocurrido era lo siguiente: así como a mi me hicieron decir que Castro Alves era venerable, porque con ello creían que me congraciaban con el público de Rio (el público de Río le importa un pepino mi opinión sobre Castro Alves), al periodista argentino le hacen reportear a un generalito que los deja imperturbables a los doscientos mil lectores de cualquier rotativo nuestro.
Y con dicho procedimiento los pueblos no terminan de conocerse nunca.
Ahora se explica, lector mío, porqué no hablo ni entrevisto personalidades políticas ni literarias.
 
Roberto Arlt, en Aguafuertes cariocas

jueves, 23 de mayo de 2013

Disfraces de carnaval: la fiesta sigue

Este señor Manuel Vicent, bajo su apariencia de dandy de la descripción, es en realidad un impiadoso hacker de los hábitos sociales, de los mecanismos de control, y de la sinergia entre ambos. Y como siempre sucede, hablando de otros tiempos habla de nosotros y de todos los tiempos...       



El buzón de las delaciones

En las galerías del palacio del Dogo de Venecia, que dan a la plaza de San Marcos, hay unas máscaras labradas en la pared. A simple vista parecen buzones. En realidad son buzones, aunque tienen un carácter muy particular. Por la boca vacía de esas carátulas, los ciudadanos de Venecia podían introducir papeletas con denuncias secretas y delaciones de la más variada índole. Los que cometían delito sexual, los contrabandistas, los funcionarios que negaban gracia y justicia, los contribuyentes que ocultaban sus verdaderas rentas para no pagar al fisco, cualquier transgresor de la ley o de la moral estaba a merced de los delatores privados. Éstos no tenían más que escribir en un boleto el correspondiente agravio, acusación, calumnia o chivatazo, verdadero o falso, contra una persona concreta y dejarlo caer dentro de la máscara. Detrás de ella, al otro lado de la pared, había un cajetín que los sicarios del Dogo vaciaban cuando se llenaba hasta rebosar. Había buzones de la delación en todas las salas del palacio abiertas al público, y cada uno de ellos estaba destinado a recibir una clase de delito. Mientras Venecia bailaba bajo los afeites de carnaval, una conjunción subterránea de ranuras, por donde discurrían cartas envenenadas, elevaba la vida a una sustancia conspiratoria. También en los gabinetes privados, que formaban un laberinto de salones dentro del mismo palacio, había otras máscaras con la boca dispuesta a recibir las maledicencias entre los propios nobles, escribanos y servidores del Dogo.

Las mazmorras que dan al puente de los Suspiros se llenaban de condenados a causa de estas denuncias secretas. Alguien que se encontraba en los brazos de su amante, de pronto era arrebatado del lecho por los esbirros, porque una mano pálida había introducido la notificación del adulterio a través de la correspondiente máscara. Toda Venecia se movía bajo la sospecha, y, no obstante, bailaba, celebraba fiestas carnales, conspiraba detrás de las cortinas, y era feliz sin abandonar la culpa ni la envidia o el odio. Había contrabandistas, jueces prevaricadores, mercaderes tramposos, cardenales expertos en venenos, duquesas mórbidas, espadachines y estoqueadores, emboscados a sueldo, bandidos del amor y comerciantes que alteraban las pesas, y muchas venecianas saltaban de cama en cama riendo mientras Tiziano había conseguido dar carnalidad a los colores, y Canaletto o Guardi pintaban las paradas diplomáticas con que eran recibidos los embajadores en la plaza de San Marcos. Pero debajo de aquellas casacas tan brillantes anidaban las pasiones más bajas, y éstas no se liberaban sino a través de las carátulas que introducían las delaciones en el interior del palacio del Dogo.

Durante mucho tiempo, estas denuncias secretas fueron efectivas. Cualquiera de ellas podía cambiar el destino de un ciudadano. Del despecho de un amante burlado o de la venganza de algún ser desconocido partía la maquinaria de la justicia, y al principio, con este terror anónimo, bajo el terciopelo se gobernaba Venecia. Y el cúmulo de delaciones iba creciendo hasta convertirse en un juego malvado que hacía rebosar los cajetines, y de esta forma también las máscaras de los buzones pasaron a ser, aunque de mármol, otro disfraz de carnaval. Aún permanecen fijadas en las paredes del palacio del Dogo en Venecia, como una metáfora llena de modernidad. La delación es ahora una de las bellas artes. Sólo sirve para jugar.
¿Qué sucedería hoy si hubiera esta clase de carátulas con una profunda garganta donde depositar estas denuncias secretas contra todo tipo de transgresores? No sucedería nada; estas máscaras existen en las paredes de todos los palacios, y alrededor de ellas hay un gran baile establecido. Cada día, los periódicos denuncian escándalos muy visibles, corrupciones sonoras, y, por otra parte, ni los delatores ni los delincuentes se ocultan. La fiesta sigue. No a través de estos buzones de Venecia, sino por medio de escuchas telefónicas, el público y la autoridad quedan enterados de las confidencias de los saltimbanquis. Y, no obstante, muchos saltimbanquis, llenos de seguridad, están abrazados a los jueces. Todo se ha convertido en un juego manierista de denuncias y amnesia. De venganzas y ficciones.

Los grandes titulares de los periódicos destapan un nuevo escándalo cada día, hacen papel de aquellas máscaras venecianas. A través de ellos se establece la conexión con un mundo subterráneo donde la conspiración y la moralidad se hermanan, pero nada sirve de nada. Las fiestas siguen. Las denuncias constantemente repetidas se transforman en música, y al compás de ellas los sospechosos danzan. Desde las paredes de los palacios de nuestro Gobierno, las carátulas de la delación logran alcanzar un grado de belleza que nace del tiempo arañado en el mármol. Estas máscaras aún conservan el rostro airado. Bajo unas cejas luciferinas, sus ojos de fuego miraban fijamente a la persona que se acercaba a depositar una denuncia secreta. Cuando este ciudadano se daba la vuelta, la máscara soltaba una carcajada. Lo mismo que ahora.

Manuel Vicent en Espectros

martes, 22 de enero de 2013

Bloody Mary Rubinke

Un cutis de porcelana, mire


Esta artista danesa tiene la profunda sospecha -o quizá debiéramos decir la firme convicción- de que el mundo no es exactamente como lo vemos los que creemos en la bondad del Papa, en la belleza de Barbie, en la calidad literaria y la profundidad filosófica de Paulo Coelho, y en que el Estado está para garantizar el bien común. Ella dice que eso es tener pajaritos en la cabeza.



María más bien pertenece a un culto que acusa a la estética estático-naif de la porcelana de ser una pantalla para ocultarnos algunas realidades un poquito más violentas, levemente más sádicas, que también pueden contener una pizca de pornografía, "entre el deseo y el tabú", según declara la propia autora. La chica rompe esa sensación de nada perfectamente equilibrada que ilustra la porcelana y ama nuestro cerebro homerosimpsoniano. Y no sólo nos desequilibra, sino que además nos muestra que abajo no hay una red que amortigüe la caída, sino un abismo de locura, abriéndose tranquilamente en el centro de mesa, en la repisita del living, en la cómoda al lado del Rexona que dejamos olvidado cuando salíamos apurados para el laburo.           

Por supuesto, esta transformación que la María Rubinke hace del carácter de esos encantadores bichitos blancos y pasivos que alguna vez fueron el sine-qua-non de la decoración hogareña, te hace temblar algo adentro, allá, en el fondo de nuestras certezas de que alguna vez everything will be fine.


  


jueves, 17 de enero de 2013

"Esbelta de edificios uniformes, sucia de baldíos"

¿Qué decir de un prosista de prosapia como Juan Filloy? Todo lo que pretenda agregar a su talento elegante, milimétrico y constante, podría ser usado en mi contra, por contraste. Miren este fragmentito de Caterva, donde a su paso por Córdoba "los mendigos muestran joyas a los ciegos de la esquina"...   



"Llegaron al bar L`Aiglon por la Avenida Olmos. Vetusta por un lado, desigual por el otro. Ríspida de muros dentellados, al principio. Esbelta de edificios uniformes, al centro. Sucia de baldíos ahogados de afiches, al final.

"Toda Córdoba era así: doble faz, doble expresión, como el atleta que llora y ríe de Scopas. Rémora y progreso. Beata agazapada tras la reja española y flapper en traje de baño que propaga su encanto. Ranciedad y plein air. Propaganda de vírgenes y piletas...

"Habían contemplado desde la terraza del Parque Sarmiento la sky-line de la ciudad. Y quedaron taciturnos: desigualdad. Desequilibrio. Desarmonía. Iglesias insolentes rodeadas de casuchas de barro. Molinos enormes rodeados de ranchos de lata. Palacios modernos rodeados de casonas de teja... les desagradó esa perspectiva quebrada y horrible: compases huecos y volúmenes. De presencias y sombras. De ritmos que saltan de la opulencia a la miseria.

"Y repudiaron categóricamente su perspectivismo absurdo y angustioso: sobre todo el que patentiza la voluptuosidad y el lujo de la religión -en las cúpulas brillantes como senos de bayaderas y los altares recamados con adornos que valen millones de hambres- dominando los tendones lacios de cemento de fábricas, mercados y talleres...

"Anduvieron después por plazas y calles. Ciudad grasosa de frailes obesos. Ciudad enteca de enfermos sin cama. Ciudad avispada de chicanas y arzobispada de dogmas. Les dolió la tozudez de bronce de los próceres locales y la ausencia de estatuas, exceptuando San Martín  de los grandes operarios de la nacionalidad. Toda Córdoba era así: contrastes, sin nexos en el contrapunto. Incongruencias, sin unidad en lo opuesto. Algo irrefregablemente contradictorio...

"Vieron la pacotilla colonial de un arte espurio, que se pretende jerarquizar como valores eternos y oponer al avance de los módulos nuevos que urgen a la vida. Las teologías estupefacientes del siglo quince, que se procura inyectar todavía, estando las almas inmunes al error y la fe. Y la antigualla de barro de claustros y museos, que solo valen para documentar el fetichismo ambiente, puesto que no tienen la dignidad de lo antiguo ni la vejez de lo digno...

"Vivieron horas amargas, decepcionantes. ¡No era posible! ¿Dónde estaba la atracción que enfatizan los prospectos de turismo? ¿Dónde la belleza que velis nolis incrusta en los ojos la propaganda de los ferrocarriles? ¡Nada! Toda Córdoba era así: abolengo y sans façon. Doctoralismo y usura. Rezos y cocaína. Ciudad atascada de conventos y clandestinos. Ciudad que aspira a elevar su columna mental soplando por la espita universitaria... y no consigue que su espíritu se vea fuera del cerco de las barrancas. Ciudad aplastada por el marasmo burocrático, el olor a santidad del vicio y el tufo de las congregaciones...

Tácitamente, ya  habían dispuesto irse. Abandonar esa olla de sofocaciones de toda índole..."

Relacionado: El meticuloso Juan Filloy