Imagen: Evolución humana en zapallos
En el patio de una casa hay un zapallo que crece cada tanto en el mismo lugar. Cuando llega a un cierto tamaño, la señora de la casa lo saca porque dice que el zapallo a ella no le gusta, aunque después lo compra en la verdulería y ahí dice que le gusta. No sabe la señora que matar a la planta es en realidad una orden que ella no ve de dónde viene, quizá del sistema económico o de la dominación cultural, o hasta quizá de un ser extraterrestre que vino viajando por el espacio y el zapallo es su principal enemigo, porque es el único que puede notar su presencia, debido a la extrema lucidez del vegetal, cosa que no podemos percibir los seres humanos. Se libra en los patios de las casas una lucha interplanetaria que quizá decida los destinos de la humanidad.
O a lo mejor no pasa nada.
Podemos imaginar también que el zapallo es una forma de vida poderosísima que se alimenta de pensamientos humanos y va dejando a la gente idiota, con la cabeza vacía y los canteros llenos, y todo puré de zapallo babeando por la comisura, la mirada perdida, siempre argumentando y diciendo lo rico que es el zapallo, porque es muy bueno, y muy nutritivo y... ¡zapallo, zapallo! ¡quiero zapallo! Pero todas son excusas nomás para comer el zapallo que domina nuestro pensamiento.
Cuando era chico, escuela primara, década del 80, había en la ciudad unos grafitis satánicos pintados con pincel grueso blanco o negro y siempre con errores de ortografía. Una sola palabra referida a alguna representación del mal. Cosas como: "demoño", "malda", "satana', 'eskeleto", "diavlo". Y había uno, que ese sí me daba miedo, que decía "Sapallar" referido a una matanza de indios que hubo en el Chaco a principios del siglo XX, en un lugar que se llama El Zapallar. Alguien trajo esa palabra del pasado con la intención de causar horror y sobre un niño lo ha logrado.
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