jueves, 21 de diciembre de 2006

Poeta bélico


Soldado, hay una guerra entre la mente y el cielo,
entre el pensamiento y el día y la noche.
Por eso el poeta está siempre al sol,
remienda la luna en su habitación
y la cose a sus cadencias virgilianas,
arriba abajo, arriba abajo.


Es una guerra que nunca acaba.
Sin embargo, depende de la tuya.
Las dos son una. Son un plural,
un derecha e izquierda, un par,
dos paralelas que se encuentran
aunque sea solamente en el encuentro
de sus sombras o que se encuentran en un libro,
en un cuartel, una carta de Malasia.


Pero tu guerra acaba. Y después regresas
con seis carnes y doce vinos o bien sin ellos
para andar por otra habitación...
Monsieur y camarada, el soldado es pobre
sin los versos del poeta, sus compendios
insignificantes, los sonidos que se clavan,
inevitablemente modulantes, en la sangre.


Y guerra por guerra, tiene cada una
su clase de valentía. Qué sencillamente
el héroe ficticio se vuelve el real;
qué alegremente con las palabras justas
muere el soldado, si ha de morir,
o vive del sustento del habla fiel.


WALLACE STEVENS,
en "Notas para una ficción suprema"

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